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El verdadero espíritu de Navidad

¿Deberíamos abandonar la acción, dejar de hacer, porque, inevitablemente, la vamos a embarrar?

Gregory Lobo
¿Sería irónico que una persona judía nos enseñara el verdadero espíritu de la Navidad? No necesariamente. El mismo Jesús era un judío fiel y observante, y quien nos enseña sobre el significado trascendental de su nacimiento también es judío: Hannah Arendt, filósofa política. Ella alcanzó a eludir, físicamente, el Holocausto perpetrado por los nazis —y moralmente muchos más— y convertirse en uno de los pensadores más importantes de la época moderna. Y es la persona que mejor entiende y nos explica el verdadero espíritu de esta época.
Su enseñanza sobre la Navidad aparece en su libro más importante, llamado, sencilla y muy ambiciosamente, La condición humana. Este libro, del cual saco las citas que aparecen a continuación, lleva a cabo una crítica devastadora al marxismo político por no diferenciar entre los seres humanos y los animales, lo cual lleva a no distinguir entre la labor, el trabajo y la acción. La labor se remite a las actividades interminables, que se repiten día tras día y tienen que ver con la reproducción de la vida biológica, la vida como tal. Son, en los términos simples de la vida biológica, las labores menos valoradas, menos remuneradas y, en cierto sentido, menos dignas, lastimosamente.
El trabajo, por su parte, es una actividad que aporta algo nuevo al mundo, que rompe con la repetición animal. Así, cambia el mundo. El trabajo tiene un inicio y un fin, contrario a la labor. Su resultado es una obra, que existe hasta cierto punto de modo independiente de su creador en el mundo: una pintura, un libro, un edificio, una silla, una máquina. Estos objetos, resultados de procesos de trabajo, existen y propician alteraciones en el mundo.
La acción, por su parte, corresponde a la “pluralidad” humana, “al hecho de que los hombres (nosotros diríamos, las personas), no el Hombre, vivan en la Tierra y habiten en el mundo”. Es a través de la acción, de la actividad concertada y organizada a través del habla, que los seres humanos hacen cosas sin precedentes, inconcebibles, pero tan bien impredecibles.
Es este último el aspecto que debemos explorar si queremos entender lo que Jesús aportó al mundo. El hecho de que la acción humana no sea “pronosticable” da lugar a que “quien actúa nunca sabe del todo lo que hace”. Así las cosas, “siempre se hace ‘culpable’ de las consecuencias que jamás intentó o pronosticó”. Es un hecho, parte de la condición humana, que, “por muy desastrosas e inesperadas que sean las consecuencias de su acto, no puede deshacerlo”.
Seguramente, todos somos capaces de observar que se han hecho, y admitir que hemos hecho, cosas con secuelas imprevistas, que la acción sí ha propiciado desenlaces lamentables, que hemos hecho, pero sin querer. ¿Deberíamos entonces abandonar la acción, dejar de hacer, porque, inevitablemente, la vamos a embarrar?
Según Arendt, no. Resulta que “el remedio contra la irreversibilidad y carácter no predecible” de la acción “es una de las potencialidades de la misma acción”. El remedio para el “predicamento de irreversibilidad”, el predicamento nuestro “de ser incapaz de deshacer lo hecho, aunque no se supiera, ni pudiera saberse, lo que se estaba haciendo” no es más ni menos que “la facultad de perdonar”. Podemos perdonar.
Es a partir de aquí que Arendt empieza a revelar el verdadero espíritu de Navidad, porque, según ella, quien descubrió y afirmó la importancia del perdón para vida social fue Jesús de Nazaret. Él insistía que “el deber de perdonar procede claramente de que ‘no saben lo que hacen’”, y en su momento, esta “insistencia en el ‘poder de perdonar’ asombraba al pueblo más aún que la realización de milagros”.
Con el perdón, argumenta Arendt, Jesús nos liberó. Es así porque, según Arendt, la “libertad contenida en la doctrina de Jesús sobre el perdón es la de liberarse de la venganza, que incluye tanto al victimario como a la víctima en el inexorable automatismo del proceso de la acción, que por sí solo nunca necesita llegar a su fin”.
Jesús de Nazaret comparaba “el poder de perdonar con el poder más general de realizar milagros, poniendo ambos al mismo nivel y al alcance del hombre”. Pero si el perdón nos libera, el verdadero “milagro que salva al mundo”, según Arendt, es “el hecho de la natalidad… el nacimiento de nuevos hombres (nosotros diríamos, personas) y el nuevo inicio, la acción de la que son capaces en virtud de haber nacido”. La filósofa política judía saca mejor que cualquier otro la conclusión que deberíamos tener presente en estos días: “Es esta fe y esperanza en el mundo que encontró tal vez su más gloriosa y sucinta expresión en las pocas palabras que en los evangelios anuncian ‘las buenas nuevas de gran gozo’: ‘Un niño nos es nacido’”. Si Navidad es la época de fe y esperanza, es porque nació un niño, quien nos enseñó a perdonar y volver a empezar. ¿Podemos hacerle caso?
GREGORY J. LOBO
Gregory Lobo
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