No resulta lo más importante como para rasgarse las desgastadas vestiduras y dedicar el resto de las horas a eso, que ‘Timochenko’ o ‘Iván Márquez’ lleguen al Congreso, que hagan leyes, que corresponda pagarles guardaespaldas, sueldo y, quién diría, hasta una pensión. Eso es parte del acuerdo; de un pacto en estricto sentido transaccional (yo doy, tú das) en el que era imperioso negociar qué pasa con los combatientes, los comandantes, con su vida política, seguridad y supervivencia; esto, a cambio de desmovilizar las armas.
De manera que si mientras preparan los huevos del desayuno algunos se indignan hasta el vómito, porque consideran que el lugar de los guerrilleros era la cárcel y nada más que eso, piensen por un instante de qué manera algunos otros congresistas de todas las filas, pelambres, corbatas y partidos han logrado, por diversas vías, evadir la prisión para estar sentados hoy, debatiendo cómo repartir el presupuesto del año entrante, a quién ayudarle y cobrarle en la reforma tributaria o, simplemente, cómo subastar puestos y contratos en todo el país.
Nombres precisos suenan a diario: del Sí y del No, con rabo de paja, con paja en la voz, cargados de faltas sin responder, pero pontificando en el Capitolio; decidiendo cómo y cuándo la guerra o la paz, mientras brindan con lo que haya y se ríen de ese a quien se le atraganta el desayuno.
Registros por lo bajo exponen que son 60.630 las personas sometidas a desaparición; que sus familiares perseveran por recuperar un pedazo de cráneo, de fémur o algún testimonio; que los muertos llegan a 220.000, y a cerca de siete millones las víctimas directas; entre estas, 1,1 millones de niños; 2,6 millones de mujeres, comprendidos casi 490.000 casos de crímenes sexuales, todo en un período parcial de la guerra.
En estas circunstancias, es aceptable el trago agrio de ‘Timochenko’ en el Capitolio; allí estarán también visires del gobierno, o Álvaro Uribe acompañado de ese séquito parlamentario que a veces pareciera soñar, brazo extendido, con mil años de imperio y estado de sitio. Las realmente importantes hoy, sin otros 50 años de aplazamiento, son las víctimas directas de la guerra; devolverles el nombre, dignificar la memoria, reconocer frente a ellas culpas siniestras, evitar a toda costa que queden en el acuerdo como dato de estrategia.
Gonzalo Castellanos
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