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Comerciantes de paz

Votarán sin conciencia cuando el trueque convenga o se ausentarán en tanto no haya qué picotear.

Gonzalo Castellanos
Hay apetito en los congresistas. ¡Honorables! Desde su vuelo circular otean el acuerdo de paz como presa jugosa; dúctil objeto de intercambio. A su ritmo y conveniencia, mueven el engranaje que requiere la justicia especial y todo aquello que tiene en sala de urgencias a una sociedad extenuada de cavar tumbas. Votarán sin conciencia cuando el trueque convenga o se ausentarán en tanto no haya qué picotear. Es tiempo de elecciones, como casi todos los tiempos en sus tácticas predecibles, y se sabe que en el centro de mesa esperan algo.
Pero sucede que es difícil tirarles más, proveerles otros lujos, mejor sueldo, guardaespaldas más violentos o corbatas de mejor brillo. Ya han deglutido los impuestos, la deuda que pagamos, así como los votos que botamos; y, como habrán podido disfrutar, casi se da por aceptado que los contratos y las empresas de sus pueblos de origen apenas se ponen en la lupa pasajera de algún fiscal o juez (con quienes no es imposible hacer intercambios, según casos en curso) cuando el ruido de la rapiña supera decibeles tolerados.

Ya han deglutido los impuestos, la deuda que pagamos, así como los votos que botamos.

Si lo opinado pareciera excesivo, recuerden que un parlamentario en otra época afirmó que el respeto no se exige, se merece o se inspira. Serlo y parecerlo, ¡honorables! No se espera que estén de acuerdo, sino que trabajen siguiendo el mejor ejemplo de algunos, que los hay, de reconocido servicio.
Se les increpa que paren de tomar las aspiraciones de este país (no del Gobierno, que inocultablemente da tumbos) como cosa propia para limpiar residuos de sus zapatos de borlas.
Aunque todos los gritos de independencia que declaramos sucumban en el aire, nadie les dio derecho de aportar menos de la mitad de la mitad en la idea de hallar fórmulas para terminar una larga guerra (con las guerrillas, sí, aunque incomode, pero a la vez con otros que por oficio han desfigurado a esta sociedad). El Senado ya aprobó a trancazos la JEP, pero falta la espesa Cámara.
Queremos escarbar en las fosas comunes en donde hay fragmentos de verdad. Aunque esa verdad resulte costosa o implique a congresistas, alguno de ellos o a quien se sepa intocable. El problema, no resuelto, de mirar el horizonte y querer alcanzarlo es que cuando uno avanza, este se desplaza más allá en igual medida. Pero ahí sigue el interés de un país en esto que despegó. ¡Honorables!, sean eso. No su peor versión.
GONZALO CASTELLANOS
Gonzalo Castellanos
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