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Juan Manuel Santos

Como Presidente, su gobierno sembró la esperanza en el futuro para la población más vulnerable.

Terminaba mi gestión como alcalde de Manizales (1994). Recibí una llamada de Juan Manuel Santos, a quien no conocía personalmente. Fundaprogreso me había honrado designándome como el mejor alcalde de Colombia, y eso lo motivó para invitarme a participar en la creación de la Fundación Buen Gobierno, entidad que nació después de salir del Ministerio de Comercio Exterior.
El proyecto me pareció excelente y luego de asistir a algunas reuniones entré a formar parte de la Fundación, donde, además, conocí un grupo de jóvenes estudiantes universitarios de la época, entre ellos el actual presidente de la República.
Durante un tiempo asumí la dirección de la entidad, y juntos recorrimos muchos sitios de nuestra patria, acompañándolo en su primera aspiración presidencial como precandidato liberal en las elecciones de 1998, que holgadamente ganó Horacio Serpa.
En una de esas correrías me dijo, con una tranquilidad pasmosa, que independientemente de ese primer fracaso electoral lucharía para ser presidente de Colombia.
Decidí, a pesar de los pésimos resultados que obteníamos en las encuestas, acompañarlo en su carrera política, que muchos consideraban fallida.
Podría escribir un libro para contar anécdotas de los fracasos electorales que tuvimos, pero también para describir su carácter de hombre ponderado y firme cuando la situación lo requiere. Acompañó a Andrés Pastrana como ministro de Hacienda en la peor época de la economía (antes del covid) y promovió la alianza del naciente partido de ‘la U’ con la campaña de reelección de Álvaro Uribe en el 2006. Como ministro de Defensa, sorteó la peor época de orden público que tuvo el país. Su futuro político estaría lleno de obstáculos, pero con su increíble tranquilidad nos decía, parodiando a Churchill, que en momentos difíciles había precisamente que asumir esos retos.
Los resultados saltaron a la vista con la operación que dio de baja a ‘Raúl Reyes’ y luego la operación Jaque (2008). En el 2010 se posesionó como presidente de Colombia, y así se inició para el país un gobierno que sembró la esperanza en el futuro para la población más vulnerable. Promovió el proyecto más ambicioso de infraestructura de la historia (concesiones 4G, creación de la ANI, fortalecimiento del Invías, túnel de La Línea, etc.), negoció el ingreso de Colombia a la Ocde, fortaleció la educación, sorteó (una vez más) una crisis económica global, mejoró los indicadores de competitividad del país, redujo la pobreza, construyó una agenda internacional basada en el respeto de la comunidad internacional y la protección de los intereses nacionales, entregó al país en la senda de crecimiento económico y, en absoluto secreto, previó un innecesario referendo, trabajó el acuerdo de paz que cambió nuestra historia política, lo cual le valió el premio Nobel de Paz.
Retirado de la política y dedicado a su familia y a la academia, ha escrito dos excelentes libros: La batalla por la paz y Un mensaje optimista para un mundo en crisis. Vale la pena leerlos, y el segundo muy especialmente para recrearse con la Colombia de los últimos 30 años, que, como él lo dice, hay que mirarla con el vaso medio lleno –todo lo que se ha hecho– y el vaso medio vacío –lo que nos falta por hacer–. Particularmente interesante el análisis sobre el medioambiente, sus reflexiones para derrotar el pesimismo, que es un freno para el progreso, y sus sugerencias para fortalecer el liderazgo con carácter y empatía, las más importantes virtudes de cualquier líder, según sus palabras.
Ese es Juan Manuel Santos, quien pasará a la historia como el inolvidable Gabo, porque dejaron huella y en alto el nombre de Colombia ante el mundo. Además de todo lo anterior, ha tenido la hidalguía de observar la política desde la distancia, como suelen hacerlo los grandes estadistas.
GERMÁN CARDONA G. 
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