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Alivio por existencia de la vacuna se disipa por la poca disposición del Gobierno de acceder a ella.

Gabriel Silva Luján
Un suspiro profundo de alivio se sintió alrededor del planeta. La noticia de que se había encontrado no solo una vacuna contra el coronavirus sino tres desbocó la ilusión y la esperanza. La euforia no se hizo esperar. Los mercados alcanzaron nuevos récords. Por fin aparecía luz al final del tenebroso túnel de la pandemia, como lo expresara elocuentemente la carátula de The Economist.
Independientemente de los pasos científicos que faltan por recorrer, sin duda esta vacuna es una de las hazañas más impresionantes de las ciencias biológicas y médicas en la historia. El alborozo es más que justificado porque la pandemia ha sido la catástrofe económica, social y humanitaria más severa en cien años. Los costos en pobreza, atraso, educación, bienestar y crecimiento económico han sido inconmensurables.
Sin embargo, ese alborozo generalizado empieza a disiparse en la medida en que se descubren las particularidades de la economía política detrás del nuevo medicamento. A este milagro no se llegó como resultado de una decisión colectiva de cooperación internacional. Se alcanzó en medio de la competencia comercial entre casas farmacéuticas. Los países fueron incapaces de ponerse de acuerdo para cooperar en el desarrollo de la vacuna, en gran medida como consecuencia de la ofensiva de Trump contra la OMS y la avaricia de las farmacéuticas.
Las casas farmacéuticas financiaron la investigación y desarrollo esencialmente vendiendo cupos de suministro de la vacuna a los países. La adquisición anticipada proveía los recursos de inversión para la investigación y, en contrapartida, si el medicamento llegase a funcionar, los ciudadanos de las naciones contribuyentes serían los primeros en la lista de receptores de esta poción mágica.
Es decir, los que decidieron apostarle a que sus pueblos tuvieran acceso adelantado y privilegiado a la vacuna invirtieron recursos públicos para asegurar esa posibilidad. Claramente existía la posibilidad de que dicha decisión, que se tomó a riesgo de que fueran recursos a fondo perdido, no cumpliera su cometido. Aun así, el análisis costo/beneficio indicaba que era más que justificada esa inversión.
Los colombianos no conocimos cuál fue el proceso de decisión del presidente Duque sobre esta materia. Nunca se debatió ante el país por qué aceptar o negar las múltiples invitaciones que recibió el país para participar desde el principio en el desarrollo de la vacuna. En los círculos diplomáticos se dice que efectivamente la Casa de Nariño y el Ministerio de Salud no le dieron prioridad al tema y que, incluso, intentos de conectar al presidente Duque con las autoridades de las multinacionales farmacéuticas, con el propósito de invitar a Colombia a entrar en ese selecto grupo, no fueron atendidos. El Gobierno debe aclarar las razones que lo llevaron a desconocer las oportunidades que se ofrecían internacionalmente de hacer parte del selecto club con acceso privilegiado a la vacuna.
Ya se están empezando a oír excusas. Por ahí, como quien no quiere la cosa, el ministro de Salud dice que la decisión fue la de esperar a estar seguros de que la vacuna disponible fuera segura. Esa aparente prudencia suena más bien a falta de audacia; parece más bien ausencia de disposición a hacer lo que fuera necesario para darles acceso a los colombianos al medicamento. Y también indicaría que el Gobierno decidió protegerse a sí mismo antes que a los colombianos. Sería muy grave confirmar que por no correr el riesgo de ser responsabilizados de detrimento patrimonial –en caso de que la vacuna en la que se invirtiera no diera resultados– hubiesen preferido poner a los colombianos de últimos en la fila.
Dictum. “…despilfarro, inseguridad, corrupción… es lo que trae en sus 271 artículos este proyecto de Código Electoral…”. Germán Vargas Lleras.
GABRIEL SILVA LUJÁN
Gabriel Silva Luján
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