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Sacrilegio

La derecha está poniendo en riesgo la estabilidad de la democracia y la soberanía de la patria.

Gabriel Silva Luján
En política hay pecados veniales, mortales, capitales y los sacrilegios. En otras épocas bastaba un pecado venial para despertar la ira de los electores y la sanción colectiva. En la medida en que la política se ha venido degradando, desapareciendo no solo el más mínimo decoro o la más remota semblanza de buenas maneras, se han abierto las compuertas a los más aberrantes comportamientos.
Todo parece ser posible con tal de aferrarse al poder y aniquilar –no basta con derrotar– al contrario. El odio, la identidad sectaria, el tribalismo, la xenofobia, el oportunismo y el populismo son la caja de herramientas que ha usado la extrema derecha para arrinconar a las fuerzas progresistas y hacer de la democracia una fachada. A pesar de la evidencia que indica, sin titubeos, que estos oscuros personajes no tienen límite, los liberales –como muchos judíos con el ascenso del nazismo– nunca creyeron que las payasadas de la derecha pasarían de ser simples posturas histriónicas.
De pecados veniales, mentirillas esporádicas, la derecha en el mundo y en Colombia ha evolucionado a pecar sin límite y sin medida, sin reato de conciencia alguna. Y ya están cometiendo sacrilegio. Sin un dejo de bochorno o sonrojo, la derecha está poniendo en grave riesgo la estabilidad de la democracia e, incluso, la soberanía de la patria. A modo de ejemplo de lo primero, creo que prácticamente ninguno de mis contemporáneos imaginó vivir para ver al presidente de Estados Unidos cuestionar por fraude los resultados electorales de su propio país, y anunciar que no está dispuesto a entregar el poder de manera pacífica si el veredicto democrático no le es favorable.
Hasta ahora se suponía que el uribismo tenía, como mínimo, el límite de su supuesto nacionalismo y su tan cacareado amor a la patria. Que, aun en las peores circunstancias de debilidad política, Álvaro Uribe no pondría en riesgo la soberanía de Colombia y la autonomía de sus instituciones. Pues bien, como en el caso de Trump, el partido de gobierno, apoyado por el Ejecutivo, no ha tenido reparo en aupar y promover la injerencia extranjera en los asuntos internos de nuestro país.
El uribismo ha hecho campaña abiertamente en favor de la reelección de Trump en varios estados y en particular en las comunidades de latinos en Florida, Nueva York y California. Líderes del Centro Democrático se han reunido con sus pares no para ver cómo los convencen de apoyar al país, si no para rogar que intervengan a favor del expresidente Uribe en su proceso judicial, para que Trump asimile a nuestros líderes sociales a terroristas, para que Washington imponga sanciones o restricciones contra los dirigentes de la oposición, para que la Casa Blanca mire para el otro lado ante la avalancha de masacres, asesinatos líderes y ante la represión de las protestas; para que el Ejecutivo gringo desbarate el proceso de paz, para que se reanude la fumigación con glifosato...
Esa gestión ha caído en terreno abonado. Las tácticas de los republicanos y del uribismo coinciden totalmente. Aquí, el enemigo es el castrochavismo, Petro y Santos; allá es el socialismo, Obama y Biden. Al romper la neutralidad política que ha tenido Colombia en las contiendas electorales estadounidense, al echar por la borda décadas de tradición bipartidista en la concepción de la política bilateral, el gobierno Duque y el Centro Democrático le han abierto una ancha puerta a la intromisión desmedida de los gringos en nuestro proceso político. En asuntos internacionales, la reciprocidad es la norma.
‘Dictum’. Obama y Biden fueron quienes, a solicitud de Santos, le otorgaron la inmunidad presidencial a Álvaro Uribe, a pesar de la oposición del Departamento de Estado, cuando estuvo a punto de que lo arrastraran por los juzgados estadounidenses por violación de los derechos humanos.
GABRIEL SILVA LUJÁN
Gabriel Silva Luján
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