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Paranoia por conveniencia

A Duque no le queda sino sobreaguar a golpe de decreto o transformarse en gobierno de coalición.

Gabriel Silva Luján
Nadie sensato puede poner en duda el buen corazón y la patriótica disposición del presidente Iván Duque. Eso lo ha demostrado, pero, aun así, le pasan cosas, cosas terribles; y las cosas pasan por algo. No es necesario invocar la larga cadena de infortunios que viene experimentando el Gobierno. Ese rosario de acontecimientos adversos remató con las palizas que recibieron el Gobierno y su partido, primero en las elecciones y luego en el parlamento.
Parecería que este gobierno, como los tres miquitos de la leyenda, no quiere ver, no quiere oír y, sobre todo, no quiere hablar. No quiere ver que sus opciones se van agotando aceleradamente. No quiere oír la voz de la opinión reflejada en las urnas y las encuestas. Y tiene miedo de hablar porque se podría interpretar como una señal de debilidad o porque se gana un regaño de los ‘furibistas’.
Los colaboradores más cercanos y los mentores de Duque lo han convencido de que, como se dice coloquialmente, todos están conspirando pa’ joderlo. Es claramente paranoia por conveniencia. Siempre es mejor que otros tengan la culpa en vez de reconocer, en humilde ejercicio de autocrítica, que como se vienen haciendo las cosas, el país –desde una óptica política– no va bien.
La recuperación de algún margen de gobernabilidad para el Ejecutivo pasa, inexorablemente, por una decisión binaria. Al primer mandatario no le queda sino una de dos opciones: sobreaguar a golpe de decreto apoyado por una minoría desgastada o, por el contrario, convocar un verdadero acuerdo multipartidista que transforme esta administración en un gobierno de coalición.
Los amigos cercanos han desanimado a Duque para que considere la formalización de un acuerdo político a fin de ensamblar un gobierno de coalición. Con el argumento de que hacer algo así significa entregarse al santismo o a la corrupción, le han coartado al Presidente el derecho democrático a emprender la construcción de un acuerdo político con otros partidos para desarrollar una agenda nacional que favorezca a todos los colombianos.
¿No fue el propio Duque elegido por una coalición? ¿Acaso el Centro Democrático no se alió hasta con el gato para tratar de impedir la reciente debacle electoral? ¿No gobernó Álvaro Uribe sobre la base de coaliciones, dada su precaria representación en el parlamento cuando llegó al poder?
Me sospecho que, más bien, las declaradas objeciones morales e ideológicas que hacen los uribistas a una posible coalición centrista –que respalde al Gobierno– tienen que ver más con el deseo de no perder su sobredimensionada participación burocrática y su acceso privilegiado al oído del Presidente. Prefieren sacrificar la efectividad del Ejecutivo que perder sus prebendas y su influencia omnipresente. Contra lo que afirman reiteradamente, los uribistas no le tienen miedo a que un acuerdo político termine en repartijas de ‘mermelada’. Aquello que realmente les produce pavor es que otras colectividades puedan meter su cuchara en el frasco.
Parecería que Duque buscará armar una coalición gota a gota, ministro por ministro, en vez de convocar el liderazgo político para estructurar una agenda en la que puedan converger otras fuerzas. No importa qué tan brillantes sean sus nuevos ministros, esta aproximación minimalista no le resuelve ninguno de sus problemas. De hecho, los agrava. Proceder así hace ineludible la burocratización de su gobierno. Ministros duchos en política pero sin representatividad partidista solo sobreviven repartiendo favores. De seguir por ese camino, el Gobierno renunciaría a la gobernabilidad que traería pactar con las colectividades políticas.
Dictum. Quienes creen que la abstención en la votación en la ONU sobre el embargo a Cuba fue solo un gesto intrascendente se equivocan. Vendrán consecuencias adversas.
GABRIEL SILVA LUJÁN
Gabriel Silva Luján
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