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Los siete pecados capitales

El desafío es más bien, en la actual situación del país, saber qué es aquello que no van a hacer.

Los candidatos están dedicados a lanzar propuestas, planteamientos e iniciativas programáticas cada vez con más intensidad, en la medida en que ya entraron en la recta final. Lógicamente, el foco de todos está centrado en lo que van a hacer si llegan a la presidencia. El desafío es más bien, en la actual situación del país, saber qué es aquello que no van a hacer. Eso es tanto o más importante que sus propuestas. Queremos que nos digan cuáles son sus ‘líneas rojas’. Con la idea de que esto es indispensable para saber cuáles son sus posiciones sobre los ‘siete pecados capitales’ que condenarían a un candidato irredimiblemente al infierno.
El primer pecado mortal tiene que ver con la Constitución Política. Cualquier candidato que afirme, sugiera o diga que va a arrasar con nuestra carta magna, por la vía de una constituyente, o cualquier otro método, debería ser inelegible. Hay rumores, a diestra y siniestra, de que algunos quieren ensayar una nueva regeneración para regresar a modelos constitucionales diferentes de la democracia participativa, sin elección popular y con reelección eterna. Ira.
El segundo pecado mortal tiene que ver con el manejo monetario, cambiario y fiscal. Alimentar las aspiraciones de transformación social imprimiendo billetes, disparando el gasto y el endeudamiento, despelotando la política fiscal, coartando la independencia del banco central o jugando con la reputación financiera del país, eso sí es castrochavismo, y ya sabemos a dónde conduce. Gula.
El tercer pecado irredimible es echar para atrás o suspender los avances jurisprudenciales e institucionales en el manejo del medioambiente. Con lo que conocemos hasta ahora –y no me refiero a Ecopetrol, líder en esa materia y la entidad más juiciosa en esos asuntos, aunque hoy coyunturalmente se diga lo contrario–, quienes quieren desencadenar una ofensiva del sector privado sobre las zonas protegidas y las directrices constitucionales al respecto cometen actos imperdonables. Avaricia.
El cuarto pecado capital es procrastinar en mejorar, profundizar y sostener los avances innegables en cuanto la provisión de servicios de salud universales, a pesar de la pobreza cualitativa de muchos de los proveedores y de las limitaciones en los servicios disponibles. Somos de los pocos países en desarrollo con la decisión colectiva de que todo colombiano tiene hoy derecho fundamental a la salud. Pereza.
El quinto pecado capital tiene que ver con la orgía de corrupción que ha invadido la función pública. No obstante los innegables avances que han logrado el Ejecutivo, la Fiscalía, la Procuraduría y la Contraloría para actuar decisivamente y de manera coordinada contra este flagelo, sin duda el despilfarro y la repartija que se han creado con los recursos públicos no permiten que ningún candidato se haga el de la vista gorda. Lujuria.
El sexto pecado es el que tiene que ver con la persecución y la venganza. Candidato que no ofrezca unión nacional sino acoso y revanchismo está condenado de antemano. El país está agotado con la polarización. Desatar los poderes ejecutivos contra los enemigos políticos –reales o percibidos– generará una escalada de violencia de parte y parte que podría sumir a Colombia en una nueva guerra civil. Soberbia.
El séptimo pecado capital que puede cometer un candidato es expresar su inhabilidad o disposición a construir una coalición amplia que trascienda los intereses electorales coyunturales e independientemente de quién gane, o a pesar de quien sea. El país se encargará –en el futuro– de cobrarle ese pecado. Envidia.
'Dictum'. La política exterior es la cenicienta de la discusión electoral. Eso no es una buena idea ante las amenazas.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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