Los ricos tienen miedo. Tienen miedo de que Petro pueda llegar a ser presidente de Colombia, y a que se impongan sus irreverentes ideas y sus propuestas de transformación social. Los ricos tienen miedo, y con razón. Las encuestas indican un fortalecimiento constante del respaldo popular por el candidato de la Colombia Humana.
Y tienen razón los ricos de tener miedo. Pero no solo ellos. También debería tener preocupación cualquier otra persona que repudie un talante autoritario en los gobernantes; las tragedias económicas y sociales que conlleva el populismo; la estatización y burocratización de la vida colectiva; la emasculación del emprendimiento privado. Y también deberíamos tener temor quienes creemos en la necesidad de un Estado de derecho vigoroso en el que la ley proteja las libertades individuales y los derechos fundamentales. Sin embargo, la forma de contrarrestar las ideas que conspiran contra la esencia de la democracia liberal no es precisamente optar por el camino que hoy parecería ser el preferido por la dirigencia económica.
El miedo usualmente lleva a tomar decisiones equivocadas. En materia de su reacción al fantasma de una presidencia de Petro, los ricos están cometiendo un craso error. Innumerables estudios sobre el comportamiento de las élites demuestran que cuando son desafiadas tienden a adoptar comportamientos irracionales que en vez de contribuir a su supervivencia producen el efecto contrario. Es decir, la gran paradoja es que la reacción de los poderosos frente a Petro puede terminar, más bien, eligiéndolo.
La deslegitimación de la oposición electoral al sistema económico y político, señalada de terrorista, guerrillera o criminal –epítetos que se le han oído a más de un líder empresarial– es una falacia que indigna a mucha gente. A las tesis revolucionarias no se las acalla con la injuria o la censura moral, sino con la vigorosa defensa de las bondades de la democracia y del régimen de libre empresa.
La campaña orquestada contra las marchas sociales –derecho garantizado por la propia Constitución– en la que se habla de un Petro omnipotente capaz de insurreccionar a veinte ciudades, en complicidad con la guerrilla, enardece a la gente del común. Y, de paso, entroniza a Petro en su rol de redentor. Los empresarios deberían reconocer la inmensa razón que les asiste a los ciudadanos cuando protestan contra el desempleo, el empobrecimiento agudo, la desigualdad y los actos de brutalidad de la Fuerza Pública.
El comportamiento de rebaño del sector privado en torno al respaldo al presidente Duque, creyendo que al refugiarse bajo sus alas podrán evitar las consecuencias del feroz huracán social que estamos viviendo, le está haciendo daño a la democracia y potenciando a quienes, como Petro, denuncian con razón las atrocidades y el mal manejo social del actual gobierno. Esa aquiescencia es percibida como complicidad por la mayoría de los colombianos.
Pero quizás lo más grave y que, de mantenerse, conducirá a la inevitable victoria de Petro, sea que los ricos están convergiendo en hordas a respaldar a la extrema derecha, a financiar al Centro Democrático, a poner sus medios de comunicación al servicio de la cantaleta del castrochavismo. Mala idea. Los extremos de cualquier índole son el peor enemigo de la libertad individual y empresarial.
Se decía en este espacio hace unos meses: “De allí que hay que invitar al sector privado a que se una a la construcción de una opción electoral moderada y de centro, que combine la estabilidad y fortaleza institucionales que requiere la actividad privada con la profunda transformación social que exige el país”. Esa alternativa ya existe. Se protocolizó la semana pasada.
Dictum. Duque se queja de que lo critican como si llevara dieciocho años en el poder. ¿No será que el país está tan cansado que lo siente así?
GABRIEL SILVA LUJÁN