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Los pollitos dicen pío, pío...

Por necesidad, los actores sociales están buscando que la gallina les busque el maíz y el trigo.

Todos fuimos arrullados con esta canción de cuna. “Los pollitos dicen pío, pío, pío, cuando tienen hambre y cuando tienen frío...”. Y en este momento todos los ciudadanos, todos los sectores, todas las actividades están como los pollitos, por culpa de una enfermedad mortal, pariente de la gripe aviar. Por pura y física necesidad, la inmensa mayoría de los actores sociales están buscando que la gallina les busque el maíz y el trigo, y encontrar cómo acomodarse bajo sus alas.
En las realidades de la economía política, las cosas no son tan tiernas como las describe la tradicional rima infantil. Ni el maíz alcanza para todo el mundo, ni las alas de la gallina son lo suficientemente amplias para que quepan todos los sectores. Desafortunadamente, el instinto inicial de los políticos es tratar de darles algo a todos, así sea un poquito, para que el costo en popularidad, respaldo y favorabilidad sea el menor posible. La preferencia de los burócratas tiende a que se tomen medidas que modifican lo menos posible el ‘statu quo’, para no impactar o modificar el equilibrio de intereses que existía antes de la crisis.
Es precisamente esa la fase en que se encuentra actualmente el Gobierno Nacional. Las medidas de los decretos de emergencia reflejan un enfoque minimalista y gradualista que apela a las herramientas convencionales, francamente con muy poca creatividad e innovación desde la perspectiva de las políticas públicas. Dado que la estructura real de poder está intacta, el maíz y el trigo terminan siendo asignados como en el pasado, privilegiando a los pollos gordos que siempre han comido, reforzando privilegios y alimentando el clientelismo y la corrupción.
Una crisis es una crisis, y otra crisis es otra crisis. Esta es una de las otras, de las que no se resuelven sin un cambio de paradigma en la formulación de las políticas públicas y sobre todo en la definición de perdedores y ganadores. La asignación de las rentas, de los ingresos y de los beneficios de una economía y un Estado constituye un sistema con un margen de maniobra ante las crisis más o menos rígido. Por los indicadores que ya se observan sobre el carácter telúrico de la actual crisis, el margen “convencional” de manejo del riesgo sistémico está prácticamente agotado.
Naturalmente, la siguiente reacción del Gobierno, ante la tibieza de las medidas, es apresurarse a evitar un colapso económico de impredecibles consecuencias políticas, utilizando el expediente de acelerar el desmonte de la cuarentena. Ante las evidentes presiones sociales que se están acumulando por la incapacidad del Estado de pensar diferente y con audacia en la formulación de soluciones, se escogió el camino de reabrir algunos sectores de la economía que sirvan de válvula de escape a la acumulación del hambre y de la insatisfacción.
La pregunta es si dado el carácter de esta crisis la “apertura inteligente” es suficiente para impedir que se desahoguen las tensiones sociales desenmascaradas por la pandemia y se retorne progresivamente, sin alteraciones, al equilibrio inequitativo que caracterizaba nuestra realidad social, precoronavirus. Y esto sin contar que el desmonte de la cuarentena puede hundir el país en un colapso de salud pública.
Las disrupciones sociales y económicas de la pandemia no serán pasajeras y se pondrán aún peor, mucho peor, antes de que empiecen a mejorar. De allí que no es descartable, como siempre ha ocurrido en la historia, que esas disrupciones generen una erupción política con una incontenible capacidad de ruptura del orden establecido. La actitud sensata sería tomar la iniciativa de orientar en democracia esa transformación y no entregársela, por falta de liderazgo, al populismo o la lucha de clases.
‘Dictum’. El Gobierno no les ha explicado a los ciudadanos por qué, para qué ni bajo qué autoridad está implementando el CoronApp.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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