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Las elecciones y la protesta

No es de sorprenderse que la extrema derecha abrace el caos a pesar de repudiarlo.

No voy a repetir los múltiples y detallados análisis que ilustran irrefutablemente la conexión directa de causalidad entre la protesta y el monstruoso incremento del hambre, el colapso de la clase media, el desempleo, la pobreza, el desespero entre los jóvenes, además de su indeleble conexidad con el equivocado manejo de la pandemia por el Gobierno. Esas son las causas subyacentes de la movilización social que tiene paralizado al país. Era inevitable que, ante la acumulación del descontento, la ira contra el Gobierno se volcara a las calles con una provocación tan aleve como la reforma tributaria.
Sin embargo, no se puede olvidar que las movilizaciones sociales son ante todo un hecho político contundente que impacta transversalmente todas las confrontaciones por el poder y por el comando del Estado. La campaña electoral no podía ser la excepción. Los líderes o quienes aspiran a conducir los destinos de la Nación no se van a marginar de unos acontecimientos de semejantes consecuencias.
Además, ellos saben que las protestas y sus secuelas van a impactar permanentemente, van a dejar una huella indeleble en la conciencia política de los electores en el momento de sufragar. No es exagerado afirmar que la forma como actúen los diferentes actores políticos frente a la protesta, a las movilizaciones, a las acciones de violencia de todos los bandos, y frente a las originarias causas socioeconómicas, incidirá de manera decisiva sobre el resultado que obtengan en las urnas.
La protesta pacífica es la manifestación de la indignación; el caos es el resultado de la explotación de esa indignación con propósitos políticos. Entre quienes se quieren beneficiar del caos, sin duda se encuentran grupos criminales y subversivos. Pero ese caos también les sirve a los objetivos políticos de otros actores. De allí que no es de sorprenderse que la extrema derecha abrace el caos a pesar de repudiarlo con la pretensión de hacerse necesaria, de desviar las preferencias de la opinión ciudadana hacia una propuesta represiva de tipo ‘law and order’.
Trump optó por ese camino electoral, tratando de apalancar y amplificar el miedo que produjo el vandalismo asociado a las marchas del Black Lives Matter. No pudo. En estas tierras, el escenario más probable será similar. La indignación popular con la brutalidad oficial y con la pobreza irresuelta derrotará las pretensiones de quienes creen que con la apología de la fuerza van a obtener la victoria electoral.
La otra línea de acción de la extrema derecha en este escenario es crear un nuevo enemigo interno de carácter político –el castrochavismo– y atribuirle el caos que estamos viviendo, asociándolo electoralmente con Gustavo Petro. Otra aproximación equivocada, dado que la habilidad táctica de Petro lo ha ubicado del lado de la moderación, del compromiso con la protesta y de explícito rechazo a la violencia y el vandalismo. Sin embargo, la ambigüedad de Petro en los momentos críticos, su negativa a colaborar para encontrar salidas y la ferocidad de sus seguidores y de sus bodegas contra quienes plantean caminos de diálogo, consenso y protesta pacífica lo han hecho inviable para los que creen en soluciones dentro de las instituciones.
Entonces queda el centro, representado por la Coalición de la Esperanza, que aparece en este contexto como el “gran ganador”, dado que, sin renunciar a enfrentar vigorosamente al Gobierno, a criticar los excesos de fuerza, a denunciar el vandalismo, a exigir una nueva política social, se ha presentado como una fuerza impulsora de un diálogo democrático y constructivo, capaz de poner los intereses del país por encima de sus aspiraciones políticas.
Dictum. Ojo, las guerras civiles siempre las ganan los pobres y las heredan los tiranos.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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