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Hora de pactar

La historia va a ser mucho más benévola que varios de los críticos que se han ensañado con su obra.

Los periodos de transición entre gobiernos son traumáticos por definición. Se mezclan las nostalgias, las ansiedades y las incertidumbres de los que se van con las ambiciones personalistas, la esperanza de los bienintencionados y el sentimiento de omnipotencia de los que llegan, para producir una alta volatilidad política.
Afortunadamente, la serenidad de Santos y la habilidad de Duque para no dejarse capturar por la extrema han hecho de esta transición bastante más civilizada y constructiva que las anteriores.
Como hemos visto recientemente, no han faltado las mezquindades y la subjetividad de los que se sienten maltratados en sus egos por la supuesta indiferencia del presidente saliente. La dignidad democrática demostrada por Juan Manuel Santos, al rehusar tramitar las ideas y programas, aprobados por el pueblo, con los intereses creados de las cofradías de poder, aquellas que consideran que si no se les consulta con las genuflexiones de rigor, todo es malo, un fracaso o un exabrupto.
Como ocurrió con Virgilio Barco, la historia va a ser mucho más benévola que varios de los críticos que se han ensañado con su obra. Estos, en vez de analizar objetivamente las ejecutorias y frustraciones de Santos, han preferido meterse en el amarillismo farandulero en el que lo que importa es si pecó por flemático o tímido, por lejano, o es de la entraña popular, o si sabe bailar champeta. El que sus dos gobiernos hayan colocado a la Nación en un rumbo cierto de prosperidad y paz les parece irrelevante.
En ese entorno, organizar un gobierno no es nada fácil, y al presidente electo lo están tratando de arrinconar, por el flanco izquierdo y por el derecho. Los reiterados cuestionamientos sobre las verdaderas credenciales uribistas de Duque no le ayudan. A pesar de eso, el presidente electo ha mantenido su talante, y eso es alentador.
No ha cedido a la presión de los que –en su propio partido– quieren que se convierta en el megáfono en contra de las supuestas “injusticias” y la “persecución” con que se quiere eliminar al senador Uribe de la política nacional. Sus escritos y entrevistas los maneja con un balance bastante esperanzador. Tres mensajes se hacen evidentes en lo publicado por Duque el día de ayer en EL TIEMPO.
Primero, ha manifestado –explícita e implícitamente– que no tiene interés en hacer cacería de brujas o gobernar con espejo retrovisor, sin renunciar a señalar qué comparte del pasado, qué le es inaceptable y cuáles son sus ideas centrales. Eso, de por sí, ya es una contribución importante para hacer realidad su talante moderado y –con seguridad– le facilitará la gobernabilidad al Ejecutivo que inicia sus labores el día de mañana.
Segundo, Duque ha hecho un llamado vehemente para que los colombianos dejemos atrás la polarización, el cual la inmensa mayoría quisiéramos acoger, pero eso implicaría imponerles un compromiso real a las “franjas lunáticas” del espectro político y partidista. No se trata –ni de cerca– de una unanimidad institucionalizada, como ocurría durante el Frente Nacional, como cree equivocadamente el confundido senador Jorge Robledo. Para lograrlo, Duque necesita mantener una actitud política abierta para construir consensos fundamentales por encima de las agendas tácticas y de corto plazo.
Finalmente, en palabras del propio presidente electo: “Creo firmemente en que tenemos que pensar en el futuro; construir sobre las cosas que nos unen y no quedarnos en el torbellino que nos divide”. Si es así, presidente Duque, ¿dónde le firmo?
Dictum. Juzgar a un gobierno por lo que dura un funcionario en aprender dónde queda el baño, cien días, es un anglicismo esnobista.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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