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Cumbres borrascosas

El presidente Donald Trump y su gobierno están en su peor momento.

Gabriel Silva Luján
Vienen del norte vientos huracanados y tormentas inesperadas. El presidente Trump y su gobierno están en su peor momento, como lo resaltó el editorial de EL TIEMPO de ayer. No es, exclusivamente, el resultado de la agria confrontación partidista, la cual es normal en vísperas de una elección decisiva. Se trata, más bien, de una verdadera guerra civil en el Estado. Quienes creen que esta situación es pasajera están muy equivocados.
Coincide este complejo escenario con el comienzo del gobierno Duque, el nombramiento de nuestro hombre en Washington –Francisco Santos Calderón– y la próxima cumbre de los dos mandatarios, antes de finalizar el año. Es decir, se combinan una transición gubernamental en Colombia y una de las crisis de gobernabilidad más profundas observadas en la historia de la política gringa. Ineludiblemente, esta coincidencia puede desatar tiempos tormentosos.
Estamos entrando en un campo minado. Arranca bien el presidente Duque al afirmar que él, en su condición de cabeza constitucional de las relaciones internacionales, será el responsable directo de la orientación de la política hacia Estados Unidos. Queda advertido el expresidente Uribe, tan adicto a utilizar los pasillos de Washington para sus propósitos políticos internos.
Colombia convirtió la tragedia de su rol crítico en la cadena del narcotráfico en un factor de poder e influencia, en particular con Estados Unidos. Pero ese relacionamiento no es el mejor para la autonomía, ni el más deseable, ni el más sostenible ni el más positivo para los intereses de la economía o el comercio exterior.
De allí que desnarcotizar las relaciones se haya vuelto una prioridad transversal compartida por los gobiernos de Uribe y de Juan Manuel Santos. Correspondió al presidente Santos montar una estrategia capaz de vencer la resistencia de los demócratas y sostener la aquiescencia de los republicanos.
Gracias al TLC se lograron superar, de manera permanente, las perniciosas condicionalidades comerciales asociadas al desempeño en la lucha contra el narcotráfico y darles la fortaleza de un tratado a muchos aspectos de las relaciones comerciales, financieras y económicas. Pregunten por ahí, entre ellos a los de las flores y los del aguacate Hass, qué opinan del TLC. Para no hablar del respaldo bipartidista al proceso de paz, sapo difícil de tragar para EE. UU. –que aceptó–, el cual lo apoyó con entusiasmo.
De allí que plantear que el objetivo de nuestra política bilateral es la ‘desnarcotización’ de las relaciones no solo es anacrónico –ya se logró–, sino que puede llevarnos de regreso a los tiempos oscuros. La meta debe ser, más bien, evitar que el innegable crecimiento de los cultivos ilícitos se vuelva una vulnerabilidad que ‘renarcotice’ las relaciones bilaterales. Eso sería perder muchos grados de libertad y autonomía.
El papel de Colombia como poder regional ‘sensato’ y efectivo hizo que la geopolítica empezara a pesar más que las drogas en la construcción de una alianza estratégica de largo plazo, sin abandonar la lucha contra el narcotráfico. Hay intereses geopolíticos de la mayor trascendencia para los dos países y que superan el estrecho marco de la lucha contra el narcotráfico. Entre ellos se destaca la crisis en Venezuela y Nicaragua, al igual que las incógnitas que tiene EE. UU. sobre el modelo que seguirá el nuevo gobierno de México. Se han desatado todos los demonios en la capital estadounidense. Hay que evitar que se den una pasadita por aquí.
Dictum. “Yo lo odié por ser él, pero realmente lo aborrezco por las memorias que revive en mí”. Emily Brontë, en ‘Cumbres borrascosas’, 1847.
GABRIEL SILVA LUJÁN
Gabriel Silva Luján
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