Enrique Peñalosa recorría los corredores de la Casa de Nariño, cuando trabajaba con el presidente Barco, lleno de mapas enrollados, planos y aerofotografías de Bogotá. Quienes trabajábamos bajo el mismo techo teníamos pavor de encontrarnos con él porque, con su entusiasmo, podía enredarnos en discusiones interminables sobre la movilidad, el metro, Ciudad Salitre, la educación, el cambio social urbano y todos los asuntos relacionados con el futuro de la ciudad y la región.
Esa obsesión por Bogotá la compartía con el primer mandatario de entonces. Hay que admitir que no se sabía cuál de los dos era más terco. Barco, gracias a esa cualidad de carácter, contra viento y marea puso al país en la senda de la victoria sobre los carteles de la droga. Peñalosa –con la misma actitud– siguió sus propias convicciones sobre la capital, las cuales lo llevaron a ser alcalde dos veces.
En su primera administración le dio un revolcón total al concepto de urbanismo que aún hoy los bogotanos recuerdan con nostalgia. De una ciudad postrada pasamos a una ciudad que recuperó la esperanza. No voy a hacer un panegírico de las transformaciones urbanas y sociales de Peñalosa. La ciudad y buena parte del país las conocen. Sin duda, su estilo personal a veces despierta antipatía. El actual alcalde no ha perdido esa terquedad, que si fuera vana –como la del exalcalde y expresidente Andrés Pastrana–, sería una inmensa debilidad.
La ciudad sabe muy bien que llevamos muchos años de administraciones que avanzaron mucho en la retórica y más bien poco en la realidad. Es indispensable entender que quienes conocen técnicamente de los temas urbanos saben que aquello que no se haga hoy tiene un efecto exponencial en el deterioro del contexto de la ciudad en el mediano y largo plazo. Ese es el origen del caos de calidad de vida y movilidad que se vive hoy. Es el resultado de que decisiones críticas, diría indispensables, se pospusieron por razones ideológicas, por corrupción y politiquería.
La corrupción de Moreno y las aspiraciones presidenciales de Petro destruyeron la senda que se había creado para seguir llevando a Bogotá a un nuevo estadio. Como consecuencia de una serie de decisiones arrogantes –y sobre todo ineficaces–, ocasionaron que ese diseño de ciudad, que por primera vez convocaba a la inmensa mayoría de los habitantes de Bogotá, se desmoronara.
De allí que tenemos una segunda oportunidad con la llegada de Peñalosa porque, aunque digan lo que quieran sobre su estilo, desde que llegó a la Alcaldía ha demostrado que no le tiembla la mano para tomar decisiones bravas –incluso bien impopulares– para crear la ciudad del futuro. Las decisiones sobre la ETB, el Plan de Desarrollo 2016-2020, las acciones tomadas hasta hoy en movilidad y seguridad, el arranque del metro elevado confirman que Bogotá está mejor.
Peñalosa además es un líder internacional en la discusión del futuro de las ciudades. Así lo confirmó su coordinación de la 5.ª Cumbre Mundial de Alcaldes. A eso se le suma la realización del Congreso Mundial de Infraestructura Verde en Bogotá (World Green Infrastructure Congress). Ambos eventos demuestran el liderazgo de Bogotá en la conversación global sobre la construcción de ciudades sostenibles.
No es fácil encontrar un mandatario que por el bien superior esté dispuesto a correr riesgos haciendo las cosas, que a veces no entiende el público en general pero que son indispensables para su bienestar. Así era Barco, así es Santos, así esperamos que siga siendo Peñalosa.
Dictum. No basta con las intenciones, hay que pasar a los hechos. En la paz, en el amor, en la vida y en la política.
GABRIEL SILVA LUJÁN