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Una revolución ética

Es proverbial la falta de confianza en el Congreso. Más que nunca se necesita una revolución ética.

Sería una movida sin precedentes en nuestra historia reciente. Desconocer los acuerdos partidistas para la constitución de la mesa directiva del Senado y elegir, en cambio, a un congresista de los quilates de Iván Marulanda transmitiría un mensaje poderoso. Si se “pateara” la mesa, se podría soñar con ir reduciendo esa brecha que acertadamente Juan Manuel Galán le recordaba decir a su padre, esa que existe entre el país político y el país nacional.
Es proverbial la falta de confianza que profesa la ciudadanía al Congreso, y no en vano. Ese foro público ha terminado convertido en bochornoso escenario de grotescos escándalos de corrupción, cooptación de intereses mafiosos y desgano ante las apremiantes necesidades de la ciudadanía. Hechos como los recientemente revelados por Daniel Coronell frente al senador Eduardo Pulgar, quien, sea dicho de paso, ocupó la primera vicepresidencia del Senado, únicamente reafirman la crisis ética y moral en la que se encuentra sumido el Legislativo.
No bastan los inmensos esfuerzos de unos pocos parlamentarios comprometidos con el país. Su voz es un grito que no encuentra eco en las estructuras tradicionales del poder. El Congreso está enfermo y necesita una vacuna. Así como el ser humano genera sus propios anticuerpos, la propuesta de sentar en la presidencia de dicha corporación a un senador como Marulanda podría reavivar la esperanza de encontrar una cura ética para el Legislativo. Y es que no habría momento más propicio y necesario para hacerlo. Colombia está atravesando una crisis que se acentuará en los próximos años. Lo último que se necesita es un Legislativo ausente y alejado del reto de responder con soluciones al hambre, al desempleo y a la rampante corrupción en todos los niveles. Si a la crisis social, económica y política, que puede llegar a poner en serio riesgo la democracia, se suma la falta de propuestas, reformas sensatas y un inexistente control político, el sistema puede entrar en franca agonía.
Para muchos, la composición de la mesa directiva del Senado no es más que el reflejo de los acuerdos partidistas de la mayoría. Fieles al modelo de repartijas burocráticas, al inicio de cada gobierno y sin miramientos de otro tipo que el de sus propios intereses, se determina qué partido ocupará el cuadro directivo tanto del Senado como de la Cámara. Esta dinámica de elección ha sido tradicionalmente respetada. Quizás, tal y como se lo comentó a este columnista uno de los grandes conocedores de la historia política de Colombia, Alfonso Gómez Méndez, existe únicamente un precedente reciente. La Alianza por el Cambio, de Andrés Pastrana, le permitió al Partido Conservador ocupar los cuadros directivos del Congreso a pesar de la mayoría liberal en las curules de Cámara y Senado. Pero más allá de dicha remembranza, la estadística juega en contra de la legítima aspiración de Marulanda.
Ahora más que nunca se necesita una revolución ética en el Congreso. Por el Senado deberán pasar a rendir cuentas los funcionarios del Gobierno, garantizando así que el Legislativo salga del letargo en el que lo sumió la pandemia y actúe dentro del marco del balance necesario entre los poderes públicos. Pasarán también importantes proyectos de ley que ameritan una discusión alejada del pupitrazo, de los micos y de las aprobaciones mañosas de última hora. Dentro de la larga lista de pendientes está la reforma política, la discusión de la renta básica, la reforma a la justicia, la reforma laboral y pensional, así como probablemente una nueva reforma tributaria. De igual manera, se viene la elección del Procurador General que exigirá la mayor transparencia en la votación del Senado, máxime si se mantiene la virtualidad en las sesiones del Congreso.
La apuesta es difícil. Así lo reconocen parlamentarios y exministros acá consultados. Las matemáticas, aparentemente, no cuadran. Si las fuerzas de la oposición cerraran filas y se lograra convencer a algunos senadores de los partidos afines al gobierno y a las mayorías, podrían asegurarse unos 35 o 40 votos. Insuficientes para tener a Iván Marulanda sesionando como presidente, pero muy dicientes de ese viraje necesario para atender la deuda ética y moral del Congreso. Ahí sí, como diría Maturana, “perder es ganar un poco”.
Cada congresista tiene la oportunidad de ser protagonista de esta revolución ética, que puede tener efectos irradiadores en las demás corporaciones de elección popular. Pero, también, cada congresista tiene la oportunidad de refrendar los turbios y consabidos acuerdos de reparto burocrático y seguir asumiendo la responsabilidad de un Congreso que no se concilia con la democracia, pues cada día se torna más irrelevante. Resulta asombroso que la aritmética de los votos abandone todo, menos el apetito burocrático. Pero la esperanza nunca se pierde. Un milagro puede ser la cuna de una revolución ética.
Ñapa: la estrategia es clara. Radicalizarse le garantiza los votos necesarios para pasar la primera vuelta. En sus cálculos, eso conlleva a que la única alternativa sea un candidato de la derecha. En segunda vuelta, el miedo que produce no será suficiente para compensar el fracaso del gobierno Duque y a una ciudadanía afectada por la crisis que es presa fácil de discursos populistas. Ahí podría pensar que tiene la presidencia a portada de mano. Omito su nombre, cualquier lector desprevenido sabe a quién me refiero.
GABRIEL CIFUENTES GHIDINI
En Twitter: @gabocifuentes
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