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Noches oscuras

Las ráfagas de fusil y el sonido de las bombas y gases se han convertido en el telón de fondo.

Nunca antes me había costado tanto escribir una columna. Son momentos en los que Colombia atraviesa una de sus peores crisis. El desconcierto y el malestar, además de la violencia desmedida, reinan en las calles. Duele ser testigos de la degradación humana que encarna la violencia que se vive por estos días. Una que han protagonizado tanto agentes estatales como civiles. Y, en medio de todo, queda una ciudadanía que de manera multitudinaria clama por sus derechos y se resiste a verlos casi completamente desvalorizados.
Son noches oscuras donde el miedo coloniza cada vez más espacios. Las ráfagas de fusil y el ensordecedor sonido de las bombas aturdidoras y gases lacrimógenos se han convertido en el telón de fondo. No creo que ninguna causa se justifique si es a costa de la vida de los colombianos. Son tan aterradoras las imágenes de jóvenes abaleados, golpeados, desaparecidos y torturados, como las de turbas enardecidas que celebran el incendio de un CAI con policías adentro o la muerte de un neonato en una ambulancia vandalizada.
Bandos que usan la violencia como única expresión opacan a los millones de colombianos que no comulgan con las vías de hecho o los crímenes de Estado. Células que se dedican a la desestabilización anárquica de la sociedad se suman a la mentalidad represiva basada en la teoría del enemigo y promovida por cuestionados asesores con pasado fascista.
Es triste contemplar cómo se sigue fracturando el país. Cómo en vez de que nos una el rechazo a la insensata violencia, seguimos ciegamente polarizados, incapaces de evitar el desangre en las calles. Es como si la guerra se hubiera trasladado a las ciudades y los colombianos fuéramos testigos de imágenes que solo se ven en los Estados fallidos. Imágenes como las de Cali, que ha sido el escenario de una batalla campal. En la capital del Valle se han abierto las profundas heridas de una sociedad altamente dividida, afectada por las economías ilegales, la exclusión, la inequidad y el racismo.
Más allá de los escuetos y vacíos comunicados de prensa de la Fiscalía General —que denunció la infiltración del Eln y de las disidencias guerrilleras en las manifestaciones—, o de la Procuraduría, anunciando unas cuantas investigaciones por hechos de abuso policial, las instituciones han brillado por su ausencia. La Defensoría del Pueblo, otrora merecedora de la confianza de los colombianos, ha pasado desapercibida, débil, inerte. El Congreso, en una desconexión que ya hace carrera, sigue sin representar al pueblo, salvo por las expresiones de contados parlamentarios. Mandatarios locales anonadados por el escalamiento de la violencia han tenido que pedirle al Gobierno Nacional la militarización de las principales capitales. La institucionalidad está improvisando, se descubre desbordada.
A lo anterior se agrega una opacidad sin precedentes frente a los reportes oficiales en términos del balance de las jornadas del paro. Si no fuera por la ciudadanía que de manera valiente registra con sus dispositivos móviles lo que sucede, o las organizaciones civiles como Temblores o Pares, no sabríamos que en los primeros siete días de paro nacional se reportaron más de 1.443 casos de violencia policial, 31 asesinatos, 10 casos de violencia sexual y 239 desapariciones. Claro, se tendrán que contrastar las cifras, pero por ahora las entidades del Estado no dan respuesta.
Alarma la incapacidad del Gobierno Nacional para gestionar la crisis y promover su superación. Tras una semana de paro, el presidente Duque aún no se había trasladado a Cali, y el miércoles pasado se presentó una agenda de discusión que se prolongaría hasta el 20 de mayo, esperando hasta el 10 para sentarse con el Comité de Paro. Como si esta ebullición pudiera aguantar semanas. Ha hecho falta grandeza en el manejo de la situación. No se ha entendido que el vandalismo es parasitario de las manifestaciones y que por ende la solución a la violencia generada en el paro pasa por una negociación con los diferentes sectores políticos y sociales. Así se duplique el pie de fuerza, cada día que pasa sin un acuerdo el país seguirá fatalmente sumando muertos.
No es exagerado decir que Colombia está viviendo un estado de cosas inconstitucional generalizado. A la violencia descontrolada se le suma la incapacidad de contener la violación de los derechos humanos, controlar el orden público, garantizar la vida de los líderes sociales, evitar masacres y asesinatos de excombatientes. Eso sin contar la crisis económica, fiscal, sanitaria y social; el desempleo, la informalidad y la desbordada pobreza.
Es como si en un instante se pasara la factura por los males, falencias, desaciertos e injusticias acumulados en el tiempo y que se ha dejado crecer por el mal gobierno, que ahora debilitado como está no puede honrar, o sí lo podrá hacer, pero luego de transformaciones y cambios que solo un amplio consenso podría posibilitar. Si ese consenso se logra, Colombia tendrá futuro. Sin embargo, para merecer ese futuro no podemos sacrificar la vida de ningún colombiano. Solo así saldremos de esta noche oscura y podremos abrigar la esperanza de días mejores.
Ñapa: Un abrazo solidario para todas las familias que han perdido a sus seres queridos en el marco de estas manifestaciones.
GABRIEL CIFUENTES GHIDINI
En Twitter: @gabocifuentes
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