La muerte de Jaime Niño es una pérdida muy dolorosa para el país. Como lo han destacado diversos columnistas, su trayectoria en educación la inició desde muy joven, y eso le permitió ocupar posiciones que fueron enriqueciendo su experiencia y su visión de un sector que requiere no solamente mucha preparación, sino una particular sensibilidad hacia aquello que escapa a los rigores tecnocráticos porque ocurre en esa zona misteriosa donde las relaciones y los vínculos personales comienzan a tejer la comunidad humana.
Fuimos cercanos durante muchos años, y eso dificulta expresar de modo comprensible lo que yo percibía sobre su manera de ver la educación. Quienes trabajaron con él a lo largo de los años saben que, sin claudicar de su gran exigencia, fue capaz de fabricar muchas y muy sólidas amistades con quienes en distintas épocas fueron sus colegas o sus subalternos. Lejos de ser el personaje distante que pasa al retiro coleccionando méritos pasados con un cierto aire de prepotencia, como sucede con algunas personas, él estuvo hasta el final ofreciendo su experiencia con entusiasmo y modestia a quien la requiriera.
Mi mejor aventura pedagógica se hizo posible cuando fue ministro, y narrar brevemente esta anécdota tal vez describa mejor el recuerdo que me queda de él.
En el año 96 desarrollábamos desde la Fundación FES un proyecto con Colciencias que indagaba sobre cómo se expresaba el espíritu científico en la escuela primaria. En una reunión familiar en la que estaba él, comencé a contar lo que hacíamos, adornando con anécdotas la participación de niños y maestros en la investigación. Unos meses después, siendo ministro, me invitó a conversar sobre diversos temas. Me preguntó si una idea como la que me había escuchado podría hacerse a gran escala para hacer acompañamiento pedagógico a los maestros. Dije que no era fácil reproducir una experiencia que había incluido apenas siete escuelas. Aun así, me dio una semana para darle una respuesta.
Después de un trabajo intenso y muy arriesgado en metas, logramos armar una propuesta que permitiría cubrir unas doscientas escuelas en un año. La reacción, que yo esperaba muy positiva, fue de un enorme desagrado. Dijo que en un país con más de 6.000 escuelas primarias, hacer un proyecto para tan pocas no era más que un pilotaje, que nos faltaba entender que Colombia estaba llena de proyectos diminutos que no perduraban... pero que intentáramos otra propuesta mayor que, además, se pudiera hacer en menos tiempo y con el limitado presupuesto disponible para invertir en calidad.
Salí molesto de la reunión. Sin embargo, no tenía más remedio que proponer a mis compañeros que hiciéramos algo imposible y esperar a que fuera él quien la descartara. Para mi sorpresa, el proyecto que finalmente elaboramos, que pretendía visitar más de 4.000 escuelas, con participación de universidades, cajas de compensación, fundaciones y normales para escribir libros con los niños, resolver problemas de convivencia y fabricar deseos lo emocionó. Pidió que no lo bautizáramos con una sigla, así que se llamó Pléyade. Que no usara la trajinada terminología tecnocrática, así que el lema era ‘Para que cada escuela brille con luz propia’. Que no hubiera esos documentos terriblemente aburridos que usualmente hacen los ministerios, así que las guías se enmarcaron en un viaje fantástico por las constelaciones en el cual los protagonistas eran los niños y los maestros.
Pléyade viajó por el país mientras fue ministro, los niños escribieron miles de libros, la comunidad visitó escuelas y muchos maestros siguen recordando esa aventura pedagógica, que estuvo en campos y ciudades unificando sueños y entrelazando lenguajes. Jaime Niño se fue siendo el único ministro que ha entendido que el Estado también debe usar las palabras y los significados que se comprenden en las aulas.
Francisco Cajiao
fcajiao11@gmail.com
Un ministro que entendía la educación
Se fue siendo el único ministro que ha entendido que el Estado también debe usar las palabras y los significados que se comprenden en las aulas.
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