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Una profesión problemática

Cada país debe realizar consensos que ayuden a consolidar la identidad profesional de los educadores

Francisco Cajiao
Hace pocos días una multitud se concentró en París en memoria de Samuel Paty, profesor de historia y geografía decapitado por un terrorista islamista. Horas antes del toque de queda se manifestaron en defensa de la libertad de expresión, haciendo también un homenaje a los docentes que, en algunos casos, llevan años enfrentándose a amenazas, y ahora uno de ellos paga con su vida por hacer su trabajo. Esto ocurre en un país que históricamente le ha dado un altísimo valor a la escuela. No es gratuito que hayan sido los primeros en decretar el regreso general a las aulas desde finales de junio y que mantengan abiertos los colegios a pesar de los nuevos brotes. Es evidente que hay una profunda vinculación de los educadores con la ciudadanía.
Pero esta relación no es igual en todas partes: la profesión docente no ha dejado de ser problemática a lo largo del tiempo.
Cada profesión se enfrenta a resolver una gama de problemas que surgen de lo que son capaces de hacer los profesionales que la ejercen y de las expectativas que recaen sobre ellos. No se exigen las mismas cosas a médicos, ingenieros, abogados o músicos, pero siempre habrá discusiones sobre el rol que deben cumplir y la manera como se preparan y se desempeñan las personas que se ocupan en esas actividades.
En el siglo XX regímenes totalitarios hicieron de los maestros instrumentos de adoctrinamiento político y cultural, sin posibilidad alguna de que en las escuelas se enseñara algo diferente a lo que dictaban las revoluciones y proyectos políticos en marcha. Tanto la Alemania nazi como la China de Mao o la Cuba de Castro, pusieron enorme atención en la educación de niños y jóvenes y, por ende, en las condiciones de quienes debían asumir la responsabilidad de imprimir en sus mentes los principios y valores de sus utopías políticas. Otro tanto sucedió desde la Colonia en los países de América Latina por cuenta de la Iglesia y la difusión del cristianismo. Sobra decir que en esos modelos los maestros no podían ser librepensadores ni críticos y, mucho menos opositores.
En el último medio siglo la profesión se ha hecho más problemática, pues el derecho universal a la educación y la forma de garantizarlo dependen de la cantidad y calidad de los maestros con que cuente cada país. Lo que es objeto de debate es precisamente qué características deben tener, qué formación deben recibir, qué lugar les asigna la sociedad y cuáles son sus oportunidades y sus obligaciones como ciudadanos y profesionales.
En un mundo globalizado, donde el progreso depende en alto grado del conocimiento y el nivel educativo de los pueblos, pareciera que la expectativa mundial es contar con maestros que garanticen a las nuevas generaciones el desarrollo máximo de sus capacidades intelectuales, emocionales y creativas sin considerar la complejidad que acompaña la diversidad cultural que constituye el fundamento último de la educación. Por eso cada país debe avanzar en la construcción de consensos sociales que ayuden a consolidar la identidad profesional de los educadores, de modo que los resultados de su labor se aprecien tanto en el progreso efectivo de los estudiantes, comparable con estándares internacionales, como en la valoración pública de la compleja actividad de los maestros.
El alto reconocimiento social de una profesión no se produce por la expedición de una ley ni por la consecución de reivindicaciones salariales. Se deben recorrer caminos que otras profesiones han trajinado y que crean conexiones fuertes con otros sectores sociales: empresarios, partidos políticos, centros académicos, gremios económicos, medios de comunicación. A partir de este diálogo es posible buscar salidas conjuntas a los grandes problemas de la educación y llegar a acuerdos sobre lo que la sociedad espera de sus maestros y del ejercicio digno de la profesión.
Francisco Cajiao
fcajiao11@gmail.com
Francisco Cajiao
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