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Amores que matan

Hay líderes buenos para la guerra y líderes buenos para la paz. El señor Uribe es de los primeros, pero ha demostrado de sobra que carece de las condiciones básicas para ser de los segundos.

Francisco Cajiao
En las últimas semanas se ha vuelto reiterativo el tema del maltrato a las mujeres en diversos países de América Latina. En Colombia, los celos, la infidelidad y el alcohol provocan más del 50 por ciento de las agresiones y la mayor parte suceden entre esposos y parejas sentimentales, según la Fiscalía. A veces se termina en la muerte, pero el comportamiento más frecuente de los agresores tiene que ver con el discurso machista de dominación cuya única respuesta válida es el sometimiento irrestricto de la mujer a quien dice amarla.
El macho dominante no tiene reserva en recitar frases como “si no fuera por mí, no serías nadie”; “cuando te encontré no valías nada”; “no quiero que cambies, no quiero que pienses, no quiero que hagas nada sin contar con mi aprobación”; “conmigo tienes todo, no necesitas a nadie más y no me gustan tus amigas”. En tono más irritado, pueden decir: “no te atrevas a llevarme la contraria”; “no me pongas a prueba, que no sabes lo que soy capaz de hacer”; “aquí se hace lo que yo digo y como yo quiero”. Puede llegar a decir: “prefiero verte muerta a aceptar que me dejes”.
Más allá de las palabras, el macho machote suele pasar a la acción bloqueando económicamente a la amada si se resiste a cumplir su voluntad. Puede difundir mentiras para desacreditarla ante aquellos de quienes quiere alejarla. La confunde mediante cambios de humor, que van de ataques de ira y violencia a la más inaudita dulzura, de tal manera que bloquea la posibilidad de tomar distancia. Controles telefónicos, apariciones repentinas o envío de personas que espían e intrigan convierten al agresor en una presencia constante que genera una mezcla de dependencia y terror.
Quienes trabajan en estos campos saben que muchas mujeres terminan regresando al lado de su opresor, porque “saben que las ama” y “él no tiene la culpa de ser así” y “todo lo hace por mi propio bien” y “alejarse puede ser peor”.
No sé por qué, pero esto me lleva siempre a pensar en el senador Álvaro Uribe y sus declaraciones de amor por la Patria. Hizo de ella esa amada que no puede vivir, pensar o transformarse sin su autorización y beneplácito, so pena de tropezar con su ira difícilmente contenida.
Declara, con voz meliflua y afectada en una emisora radial, que antes de hablar ha hecho consultas con el Espíritu Santo y que jamás ha dicho una mentira porque solo está interesado en el bien de su amada patria. Eso, tras advertir que hay un periodista a quien quiere ver en la cárcel y haber escuchado de su propia voz todo lo contrario de lo que hoy sostiene. Eso para no hablar de las confesiones de Juan Carlos Vélez, que pusieron en evidencia las mentiras en los discursos y trinos del propio expresidente. Pero espera que la Patria lo comprenda, porque un acuerdo solo será bueno hecho por él y a su manera.
Que la paz es su único objetivo, dice, pero que no hay con quién hacerla porque no hay conflicto, sino grupos terroristas. Es decir, que se sometan, que así es su idea de paz. Que haya paz, pero que la Patria no cambie, que no se toque la tenencia de la tierra, que nadie más haga política y que la justicia solo se aplique de acuerdo con sus propios intereses.
A veces me da por pensar que el senador y su partido (que es él con un coro) se habrían sentido más tranquilos si hubiera ganado el Sí, pues habrían quedado exentos de toda responsabilidad y con vía libre para seguir saboteando cualquier iniciativa de cambio social. Si es verdad que intentó muchas veces durante su mandato buscar un acuerdo con las Farc y no logró nada, es de una enorme mezquindad negarle a su amada patria alguna opción posible aunque sea distinta de la suya.
Hay líderes buenos para la guerra y líderes buenos para la paz. El señor Uribe es de los primeros, pero ha demostrado de sobra que carece de las condiciones básicas para ser de los segundos.
Francisco Cajiao
fcajiao11@gmail.com
Francisco Cajiao
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