Yo también lloré con ustedes, mis amigas y amigos del Sí. A pesar de estar muy lejos por motivos familiares, en la noche de ese domingo 2 de octubre supe que el No había logrado superar al Sí en un escaso porcentaje inferior al uno por ciento. La democracia representativa había ganado. Las noticias venían acompañadas de sorpresa, incomprensión y múltiples preguntas, muy difíciles de responder ante el mundo. Entonces, yo también lloré.
Afortunadamente, las llamadas telefónicas de mis hijos y de algunas de mis mejores amigas, además de algunos muy buenos artículos en la prensa francesa, me permitieron seguir los acontecimientos, los debates, las propuestas y movilizaciones que se adelantaban en esta Colombia ya conocida por sus 100 años de soledad y por sus 52 años de conflicto armado que parecían repetir una condena irremediable.
Supe entonces de marchas multitudinarias, de variados eventos callejeros de esa mitad de votantes por el Sí y también de quienes empezaban a comprender las graves consecuencias de la abstención o de haber votado diciéndole No a la posibilidad de poner fin a este conflicto armado y construir una paz estable y duradera.
Y ya estoy aquí, en mi matria colombiana, alegrándome de la diversidad de respuestas de las mujeres de diversos lugares del país, militantes de diversos partidos y organizaciones, no militantes, feministas, académicas, artistas, comunicadoras, con quienes no estamos dispuestas a que se borre una sola palabra del frágil enfoque de género tan difícilmente conquistado en los acuerdos de paz ya firmados y en el ejercicio de nuestra ciudadanía.
Y hoy, mujeres plurales, creativas y propositivas estamos dejando constancias de la manipulación y del rol de los sectores más retardatarios de las iglesias, que se asustan con la igualdad de derechos y de oportunidades y que promueven un dios vengador y justiciero y un modelo único de familia que nunca existió. De esta manera, con fundamentalismos, pretenden alterar, desfigurar y hasta desaparecer lo que la subcomisión había logrado en La Habana en relación con el enfoque de género y con el reconocimiento a las mujeres víctimas de ese largo conflicto.
El enfoque de género es una herramienta analítica que nos permite ver el mundo diverso y complejo y comprender que mujeres y hombres habitamos la Tierra desde historias diferentes. Un enfoque que ha hecho posible develar que en los conflictos armados locales y en las guerras nadie gana, y que mujeres y hombres perdemos de manera distinta. Por eso es indiscutible la imperiosa necesidad del Enfoque de Género y Diferencial que reconoce los Derechos de las Mujeres en los acuerdos ya firmados.
Gran parte del mundo lo entiende. Las universidades del mundo entero lo trabajan con los novedosos aportes de los feminismos y de muchas mujeres científicas, investigadoras, artistas y artesanas, sabedoras y lideresas populares que se han atrevido a decir que mujeres y hombres somos construidos por la cultura, una cultura patriarcal que, a pesar de estar herida, se resiste a desaparecer. Gracias a este enfoque, a esta mirada, Colombia entró en la modernidad y por fin logra avanzar en el cumplimiento de sus promesas de justicia y equidad para todos y todas. Tratar de manipular estos logros, que han costado vidas humanas a muchas mujeres, es no solo inaceptable, sino criminal.
Florence Thomas
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad
Comentar