Está en su casa. Seguro, las novenas lo han cautivado aun cuando en realidad está pendiente de la actividad política, no importando si en esta época es escasa. Como buen patriarca, no mueve un dedo. Le traen los buñuelos. Le alcanzan la natilla. Intentará ir a algunas misas en latín, de esas donde el sacerdote está de espalda, muy lefebvrísticamente.
Tendrá tiempo de visitar su biblioteca. Ahí revisará algunas de sus reflexiones ancladas en los designios conservadores de las órdenes que le son leales, como el Opus Dei, por supuesto. Por eso, hoy tiene tiempo de ojear una biografía de Josemaría Escrivá de Balaguer. También, seguro recibirá a sus aliados, amigos y amigas. ¿Vendrán Viviane Morales y su marido a traerle nuevas investigaciones de autores que sostienen que hay personas menos humanas que otras? ¿Pasará Ilva Myriam Hoyos a decirle que lo extraña, y que no la olvide para un nuevo cargo? ¿Le dejarán galletas navideñas algunos de los más retardatarios pastores evangélicos que lo reconfortarán asegurándole que no bajarán la guardia con la maldita ideología de género?
Pero, queridos lectores y lectoras, Ordóñez ya no hace daño. No puede generar políticas regresivas como tantas veces lo hizo. Aunque creo que para su mala suerte, en ocho años de su reinado, de hecho poco pudo hacer la Procuraduría en relación con lo ganado en Colombia. Fíjense, la interrupción voluntaria del embarazo sigue intacta; la comunidad gay logró enormes avances en el reconocimiento de sus derechos, y falta muy poco para el alcance de la totalidad de ellos. Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud-2015, noventa por ciento de las mujeres hoy día utilizan métodos anticonceptivos. ¿No eran estos los estandartes de su política regresiva y en la cual se gastaron miles de millones de nuestros impuestos? Si miramos con cuidado, su propuesta política al respecto fue un rotundo fracaso.
Además, para su mala suerte, un modernista educado en ámbitos universitarios prestigiosos y formado por jesuitas progresistas entró en la Procuraduría. Ya ese ente de control no influirá en las altas cortes con nombramientos retrógrados de talibanes del siglo XIX. Ya no habrá políticas de odio y exclusión.
Yo, como una buena samaritana, lo iría a visitar. Creedme que no tengo ánimos revanchistas. Le desearía un feliz año. Le llevaría unos macarrones de chocolate para endulzarle estos días en los cuales estoy segura de que extraña el poder. Le preguntaría sobre sus padres, ya que, como buena psicóloga, me intrigan; me gustaría conocer su versión de las historias de su región, el departamento de Santander; me gustaría también que me contara de dónde salió esta historia de libros mandados a la hoguera, porque, la verdad, no lo creo posible.
Estoy convencida de que encontraríamos temas en los cuales tendríamos una charla amistosa. Algo de gastronomía santandereana y de la arquitectura de los pueblos de su región, por ejemplo el bello Barichara o el colonial Girón. No buscaría pelear con él aun cuando sé que tendría que hacer un esfuerzo descomunal. La reconciliación es también intentar comprender al otro. Claro, siempre con la condición de la reciprocidad. Con esta –Ordóñez en su casa– quizás la mejor noticia del 2016, deseo a todas mis lectoras y todos mis lectores un feliz año que nos permita seguir adelante con unos propósitos de paz y reconciliación.
Florence Thomas
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad
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