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Mayo 2019

Lo que anhelan las mujeres, las madres, es no temer por sus hijos, por sus hijas, por ellas mismas.

En este mes de mayo, mes emblemático para hablar de las madres en un momento en que las feministas hemos logrado demostrar que ser mujer no es sinónimo de ser madre, quiero insistir en los temores que habitan a todas las mujeres y que en estos momentos se intensifican.
Tristemente, los diarios y las estadísticas siguen registrando que el Día de la Madre es el más violento del año. Un día para reconocer el significado de la maternidad, que al mismo tiempo que celebra la vida ha sido objeto de hechos que se convierten en la antesala del infierno. Y como si no fuera suficiente, en estas dos primeras semanas de mayo han sido muchas las amenazas recibidas por mujeres de diversas regiones del país por defender sus derechos, los de sus hijos e hijas y los de sus comunidades.
No acabábamos de expresar nuestra indignación ante el asesinato del pequeño Samuel David, hijo de Carlos Enrique y Sandra, una pareja de excombatientes que viven en Tierra Grata, Cesar, uno de los espacios territoriales de concentración y reincorporación (ETCR), cuando el país, consternado, recibe las noticias del atentado contra Francia Márquez, ocurrido en Santander de Quilichao, Cauca, donde resultaron heridos dos hombres de la Unidad Nacional de Protección. Así mismo, en estas dos primeras semanas de mayo, el movimiento Fuerza de Mujeres Wayuu ha recibido panfletos amenazantes contra la vida de sus integrantes.

Nos enseñaron nuevas y variadas formas de defender la vida para que el derecho a la paz sea una realidad.

Escogí estos tres casos, entre muchos otros que no alcanzaría a reportar en esta columna, porque cada uno de ellos refleja la imperiosa necesidad de garantizar distintas maneras de ser mujeres, madres y ciudadanas, y porque todas ellas son defensoras de derechos humanos.
Sandra Pushaina, madre de Samuel David, ejercía su derecho a ser madre en tiempos de paz. Francia Márquez, su derecho a la defensa de la minga y el medioambiente, y los nombres de Angélica y Evelyn, integrantes del movimiento Fuerza de Mujeres Wayuu, se agregaron a la lista de personas amenazadas en panfletos portadores de muerte a quienes ejercen sus derechos étnicos. Por cierto, habría que añadir a esta lista varias organizaciones de mujeres y la comunidad LGBTI, igualmente amenazadas.
Las feministas del mundo entero logramos demostrar que la maternidad no es sinónimo de feminidad ni es un destino natural ineludible; tampoco es un ideal paradisiaco porque está indisolublemente ligada al fluir de la vida, y es esta vida la que, desde tiempos inmemoriales, es blanco de amenazas.
Por fin las mujeres rompimos el silencio y estamos logrando demostrar que la maternidad es profundamente política como lo hemos vivido con las madres y abuelas de la plaza de Mayo, en Argentina; con las mujeres de negro en los distintos territorios donde se siembra la guerra en el mundo y en Colombia con las madres de Soacha. Gracias a ellas, la maternidad se politizó y permitió reforzar la idea de que lo personal es también político y, al mismo tiempo, nos enseñaron nuevas y variadas formas de defender la vida para que el derecho a la paz sea una realidad.
En estos tiempos, lo que anhelan las mujeres, las madres, es no temer por sus hijos, por sus hijas, por ellas mismas y, como lo expresa tan bellamente esta gran poeta Isabel Agatón, es “un lugar en el que ni inquisición, ni represión, ni violación ni feminicidio sean las formas de condenar y castigar a las mujeres por el hecho de serlo. Por lo tanto, sueño con ese lugar en el que pueda ser mujer y no temer por ello”.
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad
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