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Madre: ¿cómo se lava un baño?

Muchas actividades que descubren hoy los hombres son para la mayoría de mujeres tareas diarias.

Florence Thomas
Desde mi mirada de género, trataré de encontrar algo positivo a este insólito drama que viven el mundo y el país. Entonces, hoy me parece que vale la pena resaltar lo que muchos hombres, en este confinamiento y extraña cotidianidad impuesta, están descubriendo. Y lo que están descubriendo es, en primero lugar, lo absorbente, repetitivo y dispendioso del trabajo doméstico, el significado de lo cotidiano. Muchos ni siquiera lo habían pensado ni percibido. Hoy lo están viviendo.
Enfrentados a continuar trabando desde la casa, miles de hombres hoy deben cocinar, lavar platos, limpiar baños, cocinas y entender cómo funciona esta extraña máquina que está en el patio y que se llama máquina de lavar.
Resultado: están rendidos al acostarse por la noche. Y espero que al mismo tiempo que se adaptan a los nuevos ritmos de estas extrañas jornadas del adentro estén entendiendo también el valor de lo que descubren. El valor del trabajo doméstico. Este trabajo que sostiene el mundo.
Claro, hablo de una cierta categoría de hombres, aquellos que viven solos y sin mayores problemas económicos, lo que les permite contratar trabajo doméstico y que en su gran mayoría viven absolutamente desentendidos de lo que significa esta vida cotidiana hecha de incesantes actividades generalmente percibidas por la cultura patriarcal como pequeñas y triviales; tan pequeñas y triviales, digo yo, que son las que cuidan la vida y permiten que fluya sin demasiados tropiezos.
Por cierto, me estoy refiriendo, y es también importante señalarlo, a una generación de hombres del siglo XX, es decir, a muchos de los que hoy tienen más de 50 años. Porque sé también que nuestros hijos, y sobre todo la generación de nuestros nietos, ha tenido que aprender, compartir, y ojalá redistribuir estas actividades de la vida cotidiana que, al fin y al cabo, significan una nueva relación con el tiempo, con los sabores, los olores, el frío y el calor, con la limpieza y la higiene, con la proximidad de los cuerpos de la pequeña infancia y de la vejez, con este cuidado cotidiano del bienestar permanente que se debe traducir, creo yo, en una verdadera estética de la existencia que se resume en una ética del cuidado. Que ojalá sea reconocida algún día como patrimonio inmaterial y mundial de la humanidad.
Y sí, muchas actividades que descubren hoy los hombres son para la inmensa mayoría de mujeres de este país tareas diarias, sistemáticas y rutinarias.
Es momento, entonces, de volver a nombrar que lo que estoy contando se llama economía del cuidado. Este trabajo no remunerado que muchas mujeres regalan al país y a la economía formal y que según los economistas representa hoy aproximadamente un 20 por ciento del PIB.
Sobre este punto no sobra recordar, aun cuando ya he hablado de este tema en anteriores columnas y en mi nuevo libro 'Nosotras las mujeres' (editorial Intermedio2020), que fue la economista Cecilia López quien logró ya hace unos 10 años (Ley 1413 de 2010) hacer reconocer y regular la inclusión de la economía del cuidado en el Sistema de Cuentas Nacionales con el objeto de medir la contribución de las mujeres al desarrollo económico y social del país.
En fin, esperemos que este insólito periodo de confinamiento nos permita reflexionar sobre muchos eventos que han sido poco pensados o trabajados por una sociología de la vida cotidiana.
Florence Thomas
Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad
Florence Thomas
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