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Jericó: la vejez en femenino

La vida de mujeres viejas y su manera de haber soportado la vida, vidas duras, de sacrificios, de frustraciones, de amores a menudo amargos; mujeres que no se rinden ante la vejez.

Florence Thomas
Tal vez porque tengo la misma edad que todas ellas; tal vez porque tuve la suerte de conocer este pueblo de balcones y puertas de colores, llamado Jericó; tal vez porque estoy habitada por esta pasión de escuchar a las mujeres y probablemente por todo esto esta película, escrita y dirigida por Catalina Mesa, me encantó. Y, claro, uno nombra a Jericó y evoca enseguida la imagen de la madre Laura, hoy santa y emblema de este municipio paisa.
No obstante, la película prácticamente no la nombra. No, la película se interesa en la vida de mujeres viejas –todas de más de 65 años– y su manera de haber soportado la vida, vidas duras, de sacrificios, de frustraciones, de amores a menudo amargos, de soledades habitadas; mujeres que no se rinden ante la vejez, mujeres que conversan con sus santos, con sus muertos, con hijos desaparecidos en esta inhumana guerra; mujeres todas que encontraron la manera de levantar hijos e hijas, a veces hasta 14 hijos, o mujeres solteras que vivieron de tejer colchas, de amasar arepas con la vieja máquina de moler maíz, de escuchar boleros que les recuerdan una lejana juventud mirando las fotografías de un viejo álbum.
Una de ellas nos cuenta sus años de maestra del pueblo; otra, un sueño que pensaba nunca poder realizar: viajar a Miami en los años 50 o 60; otra que fue novia de un hombre que terminó como cura. En fin, todas con su manera de hacer fluir la vida, con muy pocas palabras o, por el contrario, con un mar de palabras acompañadas de un aguardiente y de aun estas ganas de bailar al son de viejos boleros que acompañaron sus vidas.
Mujeres viejas –sí, y me gusta ese calificativo porque no son adultas mayores, son mujeres viejas–, de esta belleza que dan los años cuando la vejez es resultado de una vida llena de quehaceres que a menudo se vuelven un misterio para los hombres. Mujeres que llenan la pantalla con sus vidas, aparentemente sencillas pero que logran conmovernos profundamente.
Una película que confirma algo que siempre pensé: la vejez es mucho mejor soportada por las mujeres que por los hombres. En general, los hijos, las hijas se fueron, los maridos o compañeros se murieron antes que ellas y es cuando la vida les regala unos tiempos que nunca habían conocido: unos tiempos para ellas, para ser ellas, para vivir por fin como se les antoja, para visitar a las vecinas y empezar a recordar y poner en palabras la vida de amores que pudieron haber sido y que no fueron; tomarse el tiempo para tomar un café o un aguardientico, y hablo de mujeres campesinas, la mayoría de ellas con poco estudio pero con la lucidez de lo que significa ser vieja y prepararse sin miedo para la muerte.
Claro, están los santos, están los rosarios, está la religión muy presente en sus vidas aun cuando todas ellas o casi todas parecen haber sabido domarla y darle su justo lugar. Aun en Jericó... el pueblo de la santa.
Con estas mujeres, “el infinito vuelo de los días” pasa sin dramatismos a pesar de vidas duras, de vidas a veces tejidas como las colchas que arma Licinia con su vieja máquina Singer de coser. Y una vez más reafirmo que, a pesar de la diversidad de sus historias de vida, existe un hilo que logra tejer una memoria colectiva y que nos permite hablar desde un lugar de semejanzas inconfundibles entre las mujeres. Les cuento que tuve una abuela francesa que hubiera podido tomarse una aguardientico con ellas y sentirse cerca, muy cerca de ellas.
Florence Thomas
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad
Florence Thomas
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