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Penuria ética

El fenómeno de la corrupción siempre ha existido. Entre nosotros, hoy su magnitud causa perplejidad.

En biología se habla de ‘corrupción’ cuando un tejido orgánico entra en descomposición, es decir, cuando sus componentes celulares se desorganizan y pasan a la etapa de putrefacción. Si ese tejido putrefacto aún forma parte del organismo vivo, la conducta inteligente es extirparlo para evitar que corrompa el todo.
Frente a la corrupción que azota al país, y con la que pareciera que nos hemos familiarizado todos, por asociación de ideas he utilizado, a manera de símil, esta condición biológica. Es que la proliferación de almas corruptas ha llegado a tal punto que se ha convertido en una real amenaza para la estabilidad de la sociedad toda, lo que obliga a tomar medidas que no solo la frenen sino que también la erradiquen. Razón asiste al presidente Santos cuando compara el problema con un cáncer metastásico, e insta a que se prendan las alarmas y se eche mano de los recursos e instrumentos con que cuentan los encargados de combatir o prevenir este tipo de males. Me refiero a los entes de control del Estado (Fiscalía, Procuraduría, Contraloría y Defensoría del Pueblo) y a aquellos que de una u otra manera tenemos injerencia en la formación correcta de los ciudadanos (padres de familia, educadores).
El fenómeno de la corrupción social no es un mal nuevo. Siempre ha existido en todas las latitudes, pero con diferente intensidad según el sitio y el momento. Entre nosotros, hoy su magnitud causa perplejidad. No hay sector público o privado donde no haya hecho metástasis. Es cierto: estamos atravesando una etapa de profunda penuria ética, con el agravante de que se ha contemporizado con su ocurrencia, de que nos hemos acostumbrado a ella. No de otra manera se explica que donde se destape una olla aflore contenido putrefacto.
Pero ¿qué ha pasado para que hubiéramos llegado a tal estado de descomposición? Creo que en buena parte se debe a que las costumbres han venido cambiando –no siempre para bien– en una sociedad permisiva. El concepto de ‘bueno’, o de ‘malo’, es cada vez más confuso. De manera progresiva, el núcleo social primario, el hogar, ha venido perdiendo su papel natural de formador de los hijos dentro del patrón tradicional de ‘buen ciudadano’, con la complicidad de que lo que era bueno ayer es malo hoy, y viceversa.
Otrosí: la política auspiciada por las altas cortes de darle plena vigencia al discutido principio del ‘libre desarrollo de la personalidad’ ha vuelto indiferentes a las cabezas de hogar frente a su responsabilidad en la formación de sus vástagos, dejándolos crecer a su libre albedrío. Igual ocurre en escuelas y colegios. Explicable que el ser ‘avispado’, o el ser ‘pillo’, se haya constituido en el mejor acicate de la personalidad, sin que se tenga claro hasta dónde y para qué conviene ser lo uno o lo otro.
Vale la pena considerar también ahora un asunto que no tiene nada de absurdo: la etapa de paz que se avecina y que costó tanto esfuerzo hacerla posible es propicia para que la corrupción se exacerbe, constituyéndose entonces en un lastre más deletéreo que la misma guerra.
A manera de advertencia, alguna vez recordaba el humanista español don Miguel de Unamuno que la guerra mata menos almas que la paz, queriendo decir que esta corrompe más que aquella. Paradójico, ¿verdad? La explicación está en que en tiempos de paz hay más espacio y mayores posibilidades para emprender negocios, para invertir, para divertirse, para codiciar bienes y acumular riquezas. En fin, para darles satisfacciones a los avispados y a los pillos que actúan según su libre albedrío. En otras palabras, para que abunden los desalmados, los corruptos de distinto pelambre.
FERNANDO SÁNCHEZ TORRES
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