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El gran ausente

Santander fundó la educación pública en Colombia y sembró el germen que dio origen a la U. Nacional.

Con una nutrida programación se conmemoraron los 150 años de la creación de la Universidad Nacional. Todos los actos se caracterizaron por su sencillez, carentes de boato, pero plenos de significado celebratorio. Sin duda, el hecho de mayor trascendencia fue la publicación de una historia extensa de la institución, recogida en siete volúmenes, de la autoría de 167 colaboradores, casi todos vinculados a la academia. De esa manera las generaciones presentes y futuras dispondrán de una fuente veraz, contentiva de la memoria histórica de la alma mater, particularmente de los aportes hechos al progreso de la ciencia y del país.
Siempre he sido un fervoroso defensor de las causas nobles, entendiendo como tales las denominadas justas, vale decir, las que preservan la dignidad de la persona. Desde hace tiempo, de manera un tanto quijotesca y pertinaz, he venido pugnando por que se le devuelva la dignidad a un personaje histórico muy ligado a los orígenes de la sesquicentenaria UN, dignidad que en mala hora le fue arrebatada con la indiferencia de quienes han estado obligados a defenderla. Me refiero, por supuesto, al general y jurisconsulto Francisco de Paula Santander, el gran revolucionario que hizo de la educación pública el instrumento eficaz para convertir a la naciente república en una nación pensante, capaz de defender la libertad y la independencia que él mismo había contribuido a alcanzar.

Al haber sido olvidado Francisco de Paula Santander
en ocasión tan significativa, se infligió otro agravio más a su
ya ultrajada dignidad

Sé bien que nuestra historia patria es un asunto que carece de importancia para mucha gente, incluso para quienes se ilustran en colegios y universidades. Sé también que algunos miembros de las juventudes universitarias, en particular de los que se forman en las instituciones públicas, haciendo alarde de irreverencia por todo lo tradicional, desprecian la llamada ‘memoria histórica’ y viven su mundo a su amaño, juzgando a los que los antecedieron con criterios arbitrarios, acomodados a sus intereses políticos y a su iconoclasia mental.
Como invitado a los actos celebratorios mencionados, tuve la oportunidad de pasear el campus. Abrigaba la esperanza de que el día 22 de septiembre, fecha del onomástico, las directivas de la universidad hubieran tenido en cuenta, con carácter de ‘Invitado de Honor’, al fundador de la educación pública en Colombia y sembrador del germen que dio origen a la UN. Me acerqué a la plaza principal, que en algún momento de cordura histórico fuera bautizada con su nombre y levantada allí su figura en bronce, esperanzado –digo– de volverlo a ver presidiendo el transcurrir de la universidad pública más importante del país. Pesarosa fue mi frustración al comprobar que no había sido invitado, que era el Gran Ausente.
Ante tamaño desafuero, me arrogo la vocería de buena parte de la comunidad uninacionalista y –¿por qué no?– de la opinión pública en general, para, desde esta columna y de manera respetuosa, emplazar al señor rector y a los miembros del Consejo Superior para que expliquen las razones que tuvieron para no haber invitado en tan señalada efeméride a Francisco de Paula Santander, rescatándolo del forzado y prolongado exilio a que lo han sometido quienes lo suplantaron por un revolucionario extraño a nuestra historia.
Al haber sido olvidado en ocasión tan significativa, se infligió otro agravio más a su ya ultrajada dignidad. Ante semejante preterición me pregunto: ¿será necesario adelantar un plebiscito o la recolección de firmas –tan de moda en la actualidad– para consultar al respecto el querer de la comunidad nacionalista? Por lo que he podido palpar en el ambiente, el deseo de que se restituyan el nombre a la plaza y la efigie del revolucionario Santander en ella es generalizado.
FERNANDO SÁNCHEZ TORRES
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