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A los médicos, en su día

El médico ha sido el héroe que ha expuesto su vida para proteger la de su congénere. Honrémoslo hoy.

El 3 de diciembre de cada año se celebra el Día del Médico, en recuerdo de un gran misionero de la medicina, el cubano Carlos Finlay, descubridor del mecanismo de transmisión de la fiebre amarilla. Escribo esta columna para rendirle homenaje y, por extensión, a todos los médicos del mundo que han venido cumpliendo su hermosa misión de salvar vidas, en particular durante esta malhadada epidemia que tiene azotada a la humanidad.
Bien se ha dicho que la medicina es una profesión de primera clase, para ser desempeñada por hombres y mujeres asimismo de primera clase. En el Diccionario de la Real Academia Española, la medicina es definida como “ciencia y arte de prevenir y curar las enfermedades del cuerpo humano”. En principio, esta corta definición puede aceptarse como válida en consideración de que un diccionario solo recoge el significado de las palabras con criterio técnico y con economía de términos. Para el rabí Môse ben Maimón, médico y filósofo judeoespañol, mejor conocido como Maimónides, la medicina es algo más que un arte y una ciencia; “es –dice– una misión totalmente personal”. Si reflexionamos sobre este concepto, venido de uno de los pensadores más polifacéticos y geniales de toda la Edad Media, entenderemos mejor el papel de la medicina y de su cultor, el médico.
¿Qué significa aquello de que la medicina es mucho más que una simple profesión u oficio, que es una misión? Regresemos en el tiempo muchos siglos, llevados de la mano de Michel Foucault: “En el alba de la humanidad, antes de toda vana creencia, antes de todo sistema, la medicina, en su integridad, residía en una relación inmediata del sufrimiento con lo que alivia”. En esta descripción, expuesta por un pensador de nuestra época, creo que se encuentra respuesta a lo que quiso expresar Maimónides hace ochocientos años. La medicina es el arte y la ciencia hermanados para aliviar el sufrimiento humano –que no es meramente corporal–, sin que sea ella la que lo hace, sino un intermediario, un instrumento suyo que se llama ‘médico’.
En su libro El orden caníbal. Vida y muerte de la medicina, Jacques Attali sugiere que el origen de la palabra ‘médico’ puede hallarse en la palabra sánscrita meth, que significa ‘maldecir’ y ‘conjurar’. Una y otra palabra expresan ‘imprecar’, es decir, querer transferir nuestro mal a otro. Podemos deducir, entonces, que el médico surgió cuando alguien mostró disposición y ánimo para transferir o absorber el mal o daño que sufrían los otros. Así surgieron los chamanes. Ordenando estas ideas puede inferirse que, desde su origen, el médico es un individuo que pacta con otro que sufre el compromiso de aliviarlo, aun a riesgo de hacer suyo ese sufrimiento. ¿Esto no es, acaso, una misión? Ciertamente lo es, como es evidente también que el que la cumple es un misionero. De ese misionero, siendo un ser humano como los demás, se espera un comportamiento distinto al de los demás. Para responder a esa expectativa, el médico requiere poseer virtudes especiales para adelantar adecuadamente su misión. Es por eso que en épocas remotas los misioneros de la salud fueron tenidos como dioses, más luego como hombres milagrosos o teúrgos, y en la actualidad como hombres y mujeres con poderes y facultades que muy pocos tienen.
Una de las virtudes indeclinables que debe caracterizar al médico es la filantropía o humanitarismo. Desde hace veinticinco siglos la escuela hipocrática preconizó que la filantropía –o amor a nuestro congénere enfermo– era el sustrato del ejercicio médico, la base de la ética profesional. Las páginas de la historia dan testimonio de que en épocas de zozobra por causa de las epidemias, el médico –y el personal sanitario en general– ha sido la gran esperanza, el más fuerte apoyo físico y moral de la sociedad amenazada, pues son circunstancias que ponen a prueba las virtudes médicas, en particular la filantropía. En la cruel pandemia que nos aflige, el médico ha sido el misionero, el héroe que ha expuesto su vida para proteger la de su congénere. Honrémoslo hoy, en su día.
Fernando Sánchez Torres
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