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Terremoto

Tal vez no haga falta esperar al 31 de agosto de ese año incierto para ver cómo se destruye Bogotá.

Uno de los mitos urbanos que se han prestado para más bromas y más sustos en esta Bogotá en la que, en todo caso, abundan los motivos para asustarse y para reír –otra muestra de esa bipolaridad de la ciudad: como su clima– ha sido desde hace muchas décadas la profecía, y más que profecía maldición, del cura Margallo.
Orador, maestro y cronista, dijo hace un par de siglos este sacerdote, que no perdía oportunidad para atacar a los librepensadores, que el 31 de agosto de un año que no diría, un fuerte terremoto destruiría a Santa Fe.
La amenaza de este cura loco ha promovido procesiones, rezos, huidas y llamadas en masa a los teléfonos de las entidades de socorro y de atención de emergencias: alguna vez, una serie de temblores en el día señalado les hizo pensar a muchos que había llegado el fin, tal y como lo había pronosticado Francisco Margallo.
Pensaba en la profecía de este hombre de imaginación prolífica y escasa sensatez mientras caminaba en estos días por la carrera quince de Bogotá, a la que alguna vez llamaron avenida –¡avenida!– y que fue el corazón de una zona de progreso, de modernidad, de exclusividad y también, hay que decirlo, de esa pedantería que florece tan fácil entre los bogotanos: vista así, y sin dudas, la quince era el ombligo del estrato seis de una ciudad a la que le gusta hablar de estratos.
Camino a menudo por ella, sin remedio, pero me ocurre lo de tantos que habitan la ciudad de siempre: que no nos damos cuenta de en qué momento muda la piel de la urbe camaleónica, tantas veces transformada, hasta el día en que el azar, el miedo o la sospecha nos hacen detener y abrir los ojos. Ese día encontré la pomposa quince de otros tiempos convertida en una suma de antros, en una secuencia de fachadas agresivas, en una multiplicación de tugurios comerciales, en un atentado a la estética, en una bofetada a la arquitectura.
Y como la quince, tantas otras: incluidos algunos tramos de la séptima que fueron motivo de postal urbana.
Decía que pensaba en el cura Margallo porque tal vez, tristemente, no haga falta esperar al 31 de agosto de ese año incierto para ver cómo se destruye Santa Fe de Bogotá: la estamos destruyendo a paso acelerado, con la ayuda de los curadores inútiles y de los alcaldes perversos que hemos elegido. Como este, que se empeña en sembrar concreto en donde antes crecían los árboles.
FERNANDO QUIROZ
@quirozfquiroz
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