No hay que escarbar en los viejos baúles ni desenterrar los álbumes familiares. No hace falta buscar el pasado en las fotografías. Basta con acomodar un par de almohadas en el espaldar de la cama y recostarse. Ni siquiera es indispensable cerrar los ojos. Las imágenes empiezan a llegar muy pronto.
Durante las cuarentenas sucesivas, hemos afinado el mecanismo de la máquina de recordar. Nos valemos de ella para escapar de las cuatro paredes de un mundo que se estrechó de repente. Revivimos el pasado para soportar un presente con el que no estamos a gusto. Nos aferramos a escenas felices ya vividas como si las viviéramos por primera vez. Y, de alguna manera, es así: por la vieja manía de la memoria de andar maquillando el ayer. Y por su capacidad increíble y misteriosa para convencernos de que las cosas fueron de esta manera en que ahora nos las presenta.
Convertimos en realidad pasajera la ilusión de volver a transitar los caminos que nos han llevado a buen puerto: una realidad inasible, es cierto, pero efectiva contra los dolores repentinos de la nostalgia. Un calmante para soportar las horas que se repiten sin emoción y un estimulante para distraer la incertidumbre. Invertimos la fórmula de Jorge Manrique en las ‘Coplas por la muerte de su padre’, y convertimos lo pasado en aquello que aún no ha venido y que no sabemos si vendrá.
Hemos dotado a la máquina de recordar de un dispositivo para prolongar el gozo y el asombro de las primeras veces. Para repetirlos sin menguar la posibilidad de la sorpresa.
Viajamos sin tregua al mundo que conocíamos y hemos tratado de convencernos de que al cruzar la puerta de salida de la pandemia encontraremos un mundo idéntico al que recordamos –al que creemos recordar–, que es, en realidad, un mundo nuevo inspirado en aquel que conocemos: ese mundo que hemos ido construyendo con los retazos que nos entrega la máquina de recordar pero que cosemos con esmero con la aguja de la imaginación.
Cuán útiles han sido los instrumentos de navegación que traemos de la infancia, y que tantas veces desdeñamos para reafirmarnos en la adultez: nos han permitido estirar la memoria y hacerle trampa a la realidad de noticias luctuosas, de fronteras cerradas y de pronósticos macabros no solo para inventar un futuro y darlo por seguro sino para instalarnos de una vez en él.
FERNANDO QUIROZ
En Twitter: @quirozfquiroz