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Días de campo

Y dejarnos sorprender. Otra vez. Como cuando mirábamos el mundo por primera vez.

Fernando Quiroz
Dar un paso más allá del cemento.
Descubrir, de repente, que el humo que se levanta a lo lejos no es el de las chimeneas industriales ni el que botan sin piedad automóviles y camiones que insisten en contaminar el ambiente. Todos los días. Buscar el origen de aquel hilo que sube hacia el cielo y encontrar el buitrón que brota de una casa campesina en donde a esa hora preparan sobre el fogón de piedra una sopa de varias carnes que aterrizará en la mesa a la hora del almuerzo. Y respirar ese aire en el que la leña ha dejado su perfume.
Descubrir, de repente, el silencio. O esa ausencia de sirenas y de motores, de bocinas y de herramientas. Y en ese telón de fondo empezar a reconocer el canto de las aves, el crujir de las maderas, el golpe del agua sobre las piedras. Y saber que allí, a la vuelta, se abre paso una corriente que quizás sea arroyo más adelante, que quizás sea río, que quizás sea mar, que quizás sea sal.
Mirar al horizonte y descubrir que la tierra es redonda. Aunque nos contradiga la Inquisición, que ya no es santa, que nunca lo fue. Descubrir lo que otros ya habían descubierto... ¡qué más da!
Sentir la tierra bajo los pies, sin necesidad de saber que de ahí venimos. Y que allí volveremos. Que quizás las cenizas se confundan con la tierra. Y sean una misma cosa. Tal vez siempre lo han sido, y por eso, cuando nos atrevemos a quitarnos los zapatos, nos gusta el contacto con la hierba, con la arcilla, con esa tierra que le da nombre al planeta que habitamos, y al que maltratamos.
Preguntarse qué hay del otro lado de la montaña, qué hay más allá de la próxima curva, qué hay a la vuelta del bosque. Y tratar de descifrar las siluetas que se insinúan más allá de la niebla.
Esperar que el sol vuelva a asomar para descubrir una verdad que no era menos verdad en medio de las sombras y en la oscuridad de la noche. Y dejarnos sorprender. Otra vez. Como cuando mirábamos el mundo por primera vez... o cuando al menos lo mirábamos. Lo admirábamos.
Y, por qué no, dejarnos conmover.
Dar un paso más allá del cemento. Asomarse al mundo del que venimos. Admirar un paisaje más allá de las pantallas. Oír la naturaleza, como primer paso para aprender a escucharla. Salir al campo como terapia, como aprendizaje, como una manera de entender que no hacen falta tantos adornos con los que nos evadimos. ¡Tan necesarios los días de campo!
FERNANDO QUIROZ
Fernando Quiroz
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