¡Increíble! Todavía sucede: el estudiante comete una falta –olvida la tarea, olvida los buenos modales, olvida las jerarquías–, una falta que, a juicio de los maestros, del prefecto de disciplina o del rector de la institución amerita castigo. Porque hay muchos que todavía se esconden detrás del castigo para disimular sus ineptitudes. Y, superados los tiempos de la férula y de los coscorrones, optan por ese castigo modelo que consiste en mandar a los niños a la biblioteca.
Sí, todavía sucede en muchos colegios: la biblioteca como cárcel. La biblioteca como ese pequeño infierno que pretende contradecir a Jorge Luis Borges: porque el argentino imaginaba el paraíso como una enorme sala de lectura, atiborrada de libros de las más diversas disciplinas, para saciar allí casi todas las curiosidades, para viajar a tantos mundos sin moverse de la silla, para vivir en cuerpo ajeno aventuras increíbles e inolvidables.
Pensaba en lo absurdo de esta costumbre a propósito de la más reciente entrega de las pruebas Pisa, que tienen en la lectura uno de los frentes de análisis primordiales, y en el cual Colombia ha demostrado levísima mejoría, aunque siga lejos, muy lejos, de los índices de los países que han entendido que la lectura es una de las más divertidas estrategias para transmitir el conocimiento, para ocupar de manera productiva las horas de ocio, para poner a trabajar el cerebro.
Absurdo, sí, ir dejando en la cabeza y en el corazón de los estudiantes la idea de que la biblioteca es un lugar de castigo, que los libros llegan cuando uno se ha portado mal. Absurdo. Como muchas prácticas de una educación anticuada que aún se ejerce en tantas instituciones públicas y privadas de este país: el exceso de tareas que le niegan al estudiante otras dimensiones fundamentales para su desarrollo, por ejemplo. O la idea de que lo importante es sumar conocimientos, aprender fórmulas inútiles de memoria, repetir al pie de la letra lo que dijo en clase el profesor.
¿Qué tal que en los colegios decidieran diseñar bibliotecas más parecidas al paraíso que a esa primera cárcel de tantos jóvenes que olvidaron hacer la tarea o se aburrieron de declamar las fórmulas? ¿Qué tal organizarlas de manera que den ganas de aterrizar en ellas, de perderse entre las estanterías, de lanzarse a recorrer el mundo desde un cómodo sillón?Fernando Quiroz@quirozfquiroz
¿Cárcel o paraíso?
Sí, todavía sucede en muchos colegios: la biblioteca como cárcel. La biblioteca como ese pequeño infierno.
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