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Una vulnerabilidad eterna

Asumir la vulnerabilidad como la característica que nos define conduce a un futuro más sostenible.

Fernando Posada
“Solo por amor a los desesperados conservamos todavía la esperanza” escribía el pensador alemán Walter Benjamin en medio de una de las horas más oscuras de la humanidad: el surgimiento del fascismo en Europa, y su amenaza de erradicar de la faz de la tierra a todo el que fuera percibido como diferente.
Hoy, en tiempos en los que la incertidumbre domina las vidas de todos nosotros, lo único que podrá devolvernos la esperanza es precisamente el deseo de volver a ver —y ojalá pronto— a las personas que más queremos. Todo lo demás, es decir, todo lo no esencial en nuestras vidas, podrá ser aplazado o prescindido. Las horas más oscuras son también momentos para recordar lo que es verdaderamente importante.
Nunca antes, estas tres generaciones —la mía, la de mis padres y la de mis abuelos— habíamos coincidido en un mismo miedo. Quizás porque en otros tiempos los miedos de nuestros mayores eran imposibles de entender para los más jóvenes, a quienes las crisis financieras y políticas siempre nos han parecido tan ajenas y distantes. Por otro lado, la falta de entendimiento de nuestros padres y abuelos de las nuevas dinámicas del mundo digital tampoco había permitido que comprendieran del todo nuestras angustias pasadas, que hoy, mirando hacia atrás, parecen historias infantiles.
Todo esto cambió de golpe, de un solo remezón y sin piedad alguna. El coronavirus llegó y en cuestión de días cambió todas nuestras dinámicas de vida y transformó para siempre nuestros miedos. Difícilmente hoy alguien puede recordar con la misma intensidad esos temores que lo trasnochaban durante aquellos días de oro cuando la palabra coronavirus era desconocida para todos. La vida cambió y difícilmente volverá a ser similar a lo que conocimos hasta hace pocas semanas.
Quizás el más importante cambio que ha llegado en medio de esta preocupante crisis de salud es que el centro de toda forma de relación entre humanos ha vuelto a ser el que debería haber sido siempre: la conciencia de nuestra vulnerabilidad permanente. Y es en estos momentos de trasnocho y preocupación constante cuando por fin entendemos que la civilización misma y cada uno de sus logros no han sido otra cosa que el intento sinfín de la humanidad por intentar vencer sus propias barreras que la han hecho y la harán para siempre vulnerable. El arte, la paz y las guerras, los Estados y las instituciones, la caminata lunar y los deportes multitudinarios no han sido otra cosa en el fondo que el intento humano por superar los límites dictados por su vulnerabilidad eterna.
Entender y asumir la vulnerabilidad como la característica que nos define como humanos es el único camino que podrá conducirnos a un futuro más sostenible y seguro. Solo cuando entendamos a todos nuestros pares humanos como seres tan vulnerables como nosotros mismos podremos perder esta larga colección de odios, resentimientos y mentiras que hemos construido durante tantos siglos. Construcciones sociales tan nocivas y profundamente arraigadas en las civilizaciones como la xenofobia, el nacionalismo, el racismo y el clasismo solo podrían ser eliminadas a través de un resultado directo del entendimiento de la vulnerabilidad que compartimos: la compasión.
Al final de esta crisis, que todos esperamos que llegue pronto y con la menor cantidad de estragos posibles, todas nuestras vidas y nuestros planes habrán cambiado para siempre. El mayor error a estas alturas sería salir de estos días oscuros e inciertos sin haber aprendido lección alguna, o sin haber transformado radicalmente la forma en que vivimos y percibimos a los demás. Será, entonces, el momento de volver a lo esencial, prescindiendo de tantas cosas inútiles y nocivas, y buscar el camino para construir una humanidad más humana.
Fernando Posada
Twitter: @fernandoposada_
Fernando Posada
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