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Silencios de Gobierno

Una ciudadanía conmocionada espera escuchar las palabras del capitán de la nave.

Fernando Posada
Pocas cosas han hecho tanto daño al gobierno del presidente Duque como sus silencios prolongados luego de episodios que han sacudido la actualidad nacional. Porque es en tiempos de crisis cuando el país con más urgencia espera que su jefe máximo tenga la capacidad tranquilizadora de decir lo que todos necesitan escuchar: que todo estará bien, que los errores serán corregidos y que en el futuro se evitarán los fracasos conocidos en el pasado. Y así mismo, que disponga de las herramientas para construir una hoja de ruta que permita hacer realidad esas premisas.
Pero en cambio ha reinado la incertidumbre. Me refiero puntualmente a la respuesta del Gobierno ante dos escándalos de marca mayor que terminaron siendo cruciales en la caída de uno de sus hombres más cercanos: el exministro de Defensa Guillermo Botero.
El primero fue el asesinato del excombatiente de las Farc Dimar Torres a manos de uniformados del Ejército, quienes en medio de un acto de escabrosa inhumanidad intentaron presentar su muerte como una ‘baja’ –me permito mantener entre comillas esa horrenda y deshumanizadora palabra de la terminología de guerra– de combate. La respuesta inicial por parte del exministro Botero, apoyado por el Gobierno Nacional, fue la negación rotunda de las denuncias que apuntaban a una nueva forma de 'falso positivo', adelantándose a las investigaciones. Y aunque finalmente fue revelado que a Dimar Torres lo asesinaron miembros de la Fuerza Pública en un contexto distinto a un combate, algo que el Gobierno negó hasta el último minuto, a esta fecha el presidente Duque no ha manifestado una sola palabra de perdón en nombre del Estado colombiano por aquel crimen que nunca debió ocurrir.

Al mismo tiempo resulta irónico, cuando menos, que el presidente elegido por un sector político caracterizado por su estilo ‘frentero’ guarde silencios tan largos y desconcertantes

Fue similar la reacción del Gobierno luego de que los colombianos supieron de la horrorosa muerte de al menos ocho menores de edad durante un confuso enfrentamiento con disidencias de las Farc sobre el cual el país ha sabido aún muy poco. A pesar de que el Gobierno tuvo información sobre la muerte de los jóvenes semanas antes que el resto de la ciudadanía, que se enteró de los detalles por cuenta de las revelaciones del senador Roy Barreras, el presidente Duque insistió en definir la operación como un éxito. Y aunque los colombianos recibieron la noticia con mayúscula indignación –muestra de las transformaciones de una nación que a diferencia de épocas pasadas no está dispuesta a aceptar atrocidades y horrores como daños colaterales de guerra–, hasta ahora el Gobierno no ha emitido una sola palabra oficial lamentando lo ocurrido.
Más grave resulta lo anterior teniendo en cuenta que el presidente Duque mantuvo casi intacta su agenda durante aquellos días difíciles. Habló sobre productividad, turismo e incluso evadió las preguntas de un periodista que intentó conseguir una declaración suya con motivo de la crisis que acababa de llevar a la renuncia de su ministro de Defensa.
Son silencios que dicen mucho. En primer lugar porque es la responsabilidad del Gobierno condenar y rechazar hechos lamentables que pongan en tela de juicio la manera de actuar de las Fuerzas Armadas por cuenta de los actos de algunos pocos miembros. ¿Quién dará la lucha por preservar el respeto por la credibilidad, la legalidad y los derechos humanos en las Fuerzas Armadas si el Gobierno ha mostrado estar más interesado en ocultar esos dos horrores puntuales que en castigar a los culpables? Los silencios del Gobierno en contextos como este pueden conducir a escenarios poco deseables, como la pérdida de confianza y la construcción de generalizaciones nocivas entre los colombianos.
Pero también porque lo primero que una ciudadanía conmocionada espera en tiempos turbulentos es escuchar las palabras del capitán de la nave, con la esperanza casi siempre intacta de que sean sensatas y capaces de conducir a una solución pronta. El resultado inmediato de la falta de una hoja de ruta clara y accesible para todos en tiempos de crisis es, naturalmente, todo lo contrario a lo deseable, fortaleciendo un ambiente de incertidumbre, desconfianza y decepción.
Al mismo tiempo resulta irónico, cuando menos, que el presidente elegido por un sector político caracterizado por su estilo ‘frentero’ guarde silencios tan largos y desconcertantes. No solo no es la respuesta que ante la conmoción se requiere; también va en clara contravía de premisas como “hablar de frente” y “decir las cosas como son”, que desde hace años el uribismo, ahora partido de gobierno, ha promovido como valores en la política.
Aunque hable a los cuatro vientos sobre productividad y economía naranja, y estrene programas de televisión con el objetivo de acercarse a la ciudadanía, cuanto más se demore el presidente Duque en pronunciarse con claridad sobre los asuntos más agudos del país y en condenar lo que merece ser condenado, más campo de acción perderá y más aumentará la crisis de credibilidad, que a estas alturas es evidente.
Fernando Posada
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