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El otro lado de las listas cerradas

El sistema mixto, que permite las listas abiertas y cerradas, ha permitido un mejor equilibrio.

FERNANDO POSADA
Es mucho el optimismo de algunos sectores políticos en defensa de la obligatoriedad de las listas cerradas como parte de la reforma política que el gobierno ha presentado ante el Congreso. Pero aquella mirada ingenua que supone que las listas cerradas reducirán la llegada de corruptos al Congreso y fortalecerá el sistema de partidos no puede olvidar los enormes sacrificios que podría significar la adopción de ese nuevo método de presentación de listas.
Desde hace años en diferentes sectores se ha pregonado la necesidad de adoptar un sistema de listas cerradas como fórmula para lograr un mayor orden y coherencia dentro de los partidos. Pero lo que muchos desconocen es que ese mismo sistema de voto no preferente existió por años en el país como única opción hasta la reforma política de 2003, que introdujo el sistema mixto de listas preferentes y no preferentes. Ofrecer la opción de listas abiertas fue un importante paso para hacer la democracia menos excluyente, más directa y competitiva en el interior de los partidos.
Quienes defienden la obligatoriedad de las listas cerradas argumentan que esto construirá partidos más disciplinados y coherentes. El problema es que esa mirada no solo observa con inmensa ingenuidad la figura de las listas cerradas, las cuales traen monumentales ‘goles’ para pagar favores políticos: también asume que en el interior de los partidos existen mecanismos rigurosos de democracia interna. Suponer esto último es un inmenso error, teniendo en cuenta que en muchos partidos la voluntad de sus directivos es el único método de selección del orden de sus listas. Los ejemplos sobran en los años recientes.
También los defensores de las listas cerradas deben saber que, si bien es importante construir partidos con disciplina y coherencia en sus filas, el debate y la existencia de diferentes tendencias en el interior de las instituciones políticas es fundamental para su permanente renovación. Dentro de los partidos son muchas las miradas divergentes sobre temas cruciales para el país, con facciones y agendas distantes del nada deseable unanimismo. Un recorrido por cualquier partido promedio en Colombia muestra con claridad que, entre sus diferentes tendencias, unas más numerosas que otras, existen perspectivas que van desde quienes apoyan a los directivos hasta otras más críticas y radicales, que suelen ser menores en cantidad.
La disidencia en el interior de los partidos ha sido una parte valiosa de la democracia colombiana, entendiendo que el debate interno enriquece la permanente renovación de las ideas, evitando que las premisas se estanquen en eternos dogmas. El problema de las listas cerradas en este punto es que las miradas críticas en el interior de los partidos suelen ser las primeras en ser castigadas por el aplastante bolígrafo de los directivos, quienes al conformar las listas tienen en sus manos el poder de definir quiénes llegarán al Congreso y quiénes saldrán ‘quemados’. En cambio, desde las listas abiertas los sectores más críticos pueden conseguir el apoyo ciudadano suficiente para ganar curules y dar sus debates internos sin depender del favor de los directivos.
Esta forma de amiguismo y de castigo a la crítica interna está lejos de ser el único problema de las listas cerradas como única forma de elección a las corporaciones de representación popular. Otro de sus principales riesgos es que dificultan —o más aún, imposibilitan— la llegada de líderes nuevos que no cuentan con padrinos y que suelen dar las sorpresas de cada proceso electoral. Por solo mencionar un caso reciente, en las pasadas elecciones legislativas el outsider de la política Jota Pe Hernández obtuvo una votación de casi 190 mil votos, superando a todos sus contendores del Partido Verde y convirtiéndose a pulso en una importante voz en su partido. Muy distinta hubiera sido la suerte de un político como Hernández compitiendo con los más establecidos políticos de su partido por un buen renglón en una lista cerrada.
También es un hecho que las listas cerradas benefician a los candidatos que ya ocupan una curul y buscan reelegirse, teniendo un lugar privilegiado dentro de sus partidos y en la asignación de lugares en las listas. En cambio, bajo la modalidad del voto preferente, los representantes que buscan reelegirse deben hacerlo mostrando buenas gestiones y compitiendo voto por voto en las urnas. Por esta razón, el cierre de las listas es una compleja barrera para la llegada de primíparos y ‘outsiders’ de la política que jamás contarían con el favor de un directivo para ocupar un lugar privilegiado en una lista cerrada, pero que en un sistema de voto preferente podrían dar la sorpresa luego de una campaña exitosa.
Muchos se apresuran a crear enormes expectativas sobre el sistema de listas cerradas. Por mi parte me atrevo a señalar que si algo nos ha enseñado la historia reciente es que el sistema mixto, que permite la presentación de listas abiertas y cerradas, ha permitido un mejor equilibrio para los procesos propios de cada partido. La unanimidad y la llamada ‘disciplina partidista’ que muchos consideran deseable es también una derrota para el debate interno y los ejercicios críticos en el interior de los movimientos políticos.
FERNANDO POSADA
FERNANDO POSADA
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