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Pactar, cumplir y perdonar

Pactar, cumplir y perdonar

Cumplir la palabra acordada es el paso siguiente en un país donde quebrantar los compromisos ha sido una constante.

Firmados los acuerdos de paz, el país tiene que reflexionar sobre dos premisas fundamentales: cumplir y perdonar. Dos ejes de una ecuación, como dos caras de una moneda. Ahí están las claves del futuro de la paz. Cumplir la palabra acordada es el paso siguiente en un país donde quebrantar los compromisos ha sido una constante. El incumplimiento de la ley ha sido la madre de las patologías de un Estado en el cual la recuperación de la dignidad de la justicia es la primera tarea del posconflicto. La paz sin justicia es insostenible, vacua y efímera.

La gran desconfianza de las mayorías hacia las Farc tiene que ver con la incredulidad que produce su palabra. Solo en manos de ellos está la creación de la confianza ciudadana que hoy es esquiva. Así de simple. Su palabra dejará de estar en entredicho si sus acciones inmediatas avalan las promesas de no más violencia, que se traduce en fundir las armas y acatar las reglas de juego de la democracia. Respetar la Constitución es el primer paso de su nuevo camino de acción política legal y la única senda posible hacia el futuro.

Colombia tiene antecedentes en procesos similares. El compromiso con la democracia y la apuesta por el Estado de derecho de organizaciones como el M-19 –en los procesos de paz exitosos de la década del 90– debe ser ejemplo para las Farc. Líderes como Antonio Navarro y tantos otros han sido fieles a su palabra, y el Estado les ha cumplido a sus organizaciones. Hombres como él son protagonistas de la memoria histórica en la construcción de la paz de Colombia.
Perdonar es un acto de valentía; un rito liberador del pasado. Un adiós al deseo de venganza. No es un camino fácil, y para muchos parece imposible, ante la exigencia de tres objetivos supremos que hoy son más que un estribillo: justicia, verdad y reparación. Lograrlos es un reto de un Estado moderno, fuerte, legítimo y capaz de hacer cumplir la ley.

Colombia debe entrar por la puerta grande en la era de la reconciliación. Son tiempos para el perdón, que deberá ser incondicional, para transformar las heridas en esperanza. Pedir perdón y perdonar reduce las distancias entre la víctima y el agresor sin olvidar la agresión, pero buscando sanarla, lo que explica que el perdón y el olvido son necesariamente opuestos. Perdón y reconciliación no son la misma cosa, pues podría darse la una sin el otro; pero el perdón, si es real, si reconoce y repara el dolor de las víctimas, debe permitir avizorar un nuevo horizonte de construcción de un consenso sobre un futuro compartido. De ahí la importancia del perdón que exigían los colombianos y que se escuchó de parte del máximo comandante de las Farc al suscribir los acuerdos en Cartagena.

La paz debe ser un compromiso colectivo de respeto del Estado de derecho, de fortalecimiento del sistema de justicia y de la aplicación de la ley. De ahí que la premisa mayor del acatamiento de los acuerdos es el respeto a la Constitución, hoy robustecida por la defensa de los derechos de las víctimas, quienes esperan el cumplimiento de lo pactado.

A partir de la refrendación popular, y a diferencia de lo que algunos proclaman, la Constitución de 1991 estará más vigente que nunca y deberá ser cumplida con rigor. Antes de clamar impredecibles aventuras constituyentes, fisuras institucionales o innecesarias cirugías constitucionales, los colombianos quieren ver que se cumpla lo convenido en La Habana. Y respetando la palabra mayor, que es la Constitución.

No hay derecho. Los protagonistas estelares de este domingo 2 de octubre son las nuevas generaciones de colombianos que llegan a una cita irrepetible con la historia. Cualquiera podrá privarse de ese deber, salvo aquellos que se juegan completamente su futuro.
Fernando Carrillo Flórez
@fcarrilloflorez

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