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Conciliar para olvidar el verbo 'matar'

Los liderazgos del futuro, en el campo de la justicia, pasarán por la mediación, la conciliación y la resolución pacífica de conflictos.

El tono del debate sobre el plebiscito marcará la pauta del tipo de política que se hará en Colombia en los próximos años. En un extremo están quienes fomentan la crispación, la polarización, la virulencia y el insulto. En el otro, quienes creen en el diálogo, el debate, la deliberación y el argumento ponderado. Es la diferencia entre la vieja y la nueva forma de hacer política.
El país está harto de extremismos. Porque estamos mal cuando el equilibrio y la mesura se confunden con la tibieza y la cobardía. Cuando se juega a que la vehemencia se convierta en violencia verbal y la contundencia se transforme en destrucción del contrario. Demonizar al adversario es recurso peligroso cuando el exterminio físico ha sido utilizado como estrategia política. Ese es el pasado que se debe dejar atrás.
El gesto de reconciliación entre el expresidente Álvaro Uribe y el periodista Hollman Morris, frente a un magistrado que fue clave para conseguirlo, es un buen ejemplo de cuál es el camino para de veras conseguir paz en este país. Representantes de dos generaciones distintas y de dos polos políticos opuestos fueron capaces de desarmar sus espíritus y conciliar lo que era irreconciliable, delante de un juez. Porque no debe ser casualidad que allí juegue un rol estelar la justicia como escenario de diálogo para mirarse a los ojos, ponerse en los zapatos del otro y recomenzar de nuevo como sociedad para construir entre todos otro futuro.
Los liderazgos del futuro, en el campo de la justicia, pasarán por la mediación, la conciliación y la resolución pacífica de conflictos. La paz no es solo silenciar fusiles sino construir convivencia en la cotidianidad de la gente. La conciliación es factor de descongestión de la justicia, de reconciliación y de manejo de la conflictividad social que traerá el posconflicto. Que más vale un mal arreglo que un buen pleito es la versión prosaica de que la justicia poética pertenece al iluso reino de la perfección. Esos paraísos celestiales de justicia no se compadecen con los 50 años de conflicto, en una realidad repleta de impunidades.
La democracia, el Estado de derecho y la justicia son productos inacabados cuyo perfeccionamiento diario está en manos de los ciudadanos. Como alguien dijo, parafraseando a Churchill, en términos de alcanzar la paz, la justicia restaurativa es uno de los peores sistemas de justicia, excepción hecha de todos los demás. Si no existiera ese tipo de justicia, habría que inventársela.
Santiago Gamboa ha concluido que a la justicia shakesperiana, perfecta y vengativa, se contrapone otra chejoviana, imperfecta y restaurativa. Esta última sirve para llegar al perdón, que es liberador y difícil porque exige ese equilibrio frágil entre la justicia, la memoria y la verdad. Pero es el único remedio que rompe el ciclo de la venganza, pues es incondicional y es para lo imperdonable. Ese que le cuesta tanto trabajo pedir a la guerrilla. Ese que reduce las distancias entre la víctima y el agresor, sin olvidar la agresión pero buscando sanarla.
La paz es el hoy y el mañana; es un tema de futuro, no de pasado; que concierne sobre todo a las nuevas generaciones; que se construye sobre la justicia, la verdad, la reparación y la reconciliación. Que le apunta a una sociedad en la cual matar sea un verbo olvidado.
No hay derecho. Pretender edificar la paz territorial sobre instituciones corruptas será flor de un día en arena movediza. El deterioro de la imagen de la justicia está ligado a sus escasos resultados en la lucha contra la corrupción. Ese es el primer desafío de la Fiscalía en esta etapa que comienza, como lo han acordado el presidente Santos y el fiscal Martínez.
Fernando Carrillo
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