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Venezolanos, ¡bienvenidos!

No hay excusas para cerrarles la puerta a nuestros hermanos.

Felipe Ríos
La xenofobia en Colombia es absurda. Hace algunos años éramos nosotros quienes buscábamos refugio en otros países. Fuimos receptores de ayuda y solidaridad como también víctimas de la repulsión que para muchos genera un extranjero cuando llega sin nada a buscar oportunidades. Si lo vivimos en carne propia, ¿por qué ahora tratamos de esa manera a los venezolanos?
Comentarios peyorativos sobre la ‘venezolanización’ de Colombia se oyen a diario. En un reciente debate en el que participé en voces RCN, una periodista venezolana relataba cómo en un almacén había escuchado a dos mujeres despacharse contra sus conciudadanos al punto que no pudo comprar nada y prefirió irse del sitio.
Esta difícil realidad apenas comienza. A hoy, más de un millón de venezolanos han cruzado la frontera. Infortunadamente, la situación interna allá es cada vez más crítica y una posible salida pacífica se ve lejana, por lo que probablemente varios millones más lo harán antes de que caiga el socialismo del siglo XXI.
No podemos ser apáticos. El filósofo inglés John Stuart Mill escribió que le afectaría mucho más a una persona perder su dedo meñique que la noticia de que en un país lejano murieron miles de personas a causa de un terremoto. Tenía razón. Son pocos los colombianos que están haciendo algo por Venezuela. Esto es inaceptable.
El Gobierno ha mostrado signos de apoyo al contemplar la posibilidad de extender la estadía para aquellos que llegaron legal o ilegalmente. Pero ha faltado un plan integral. En su afán por no ofender a un Estado que fue artífice del proceso de paz, el Presidente y la Canciller tardaron demasiado.

Son pocos los colombianos que están haciendo algo por Venezuela. Esto es inaceptable

Estos desplazados no vienen por un corto periodo. En el mundo, un refugiado dura fuera de su país diecisiete años en promedio. Para Colombia será un asunto complejo, pues por años ha liderado las estadísticas de desplazamiento interno en el mundo, lo cual no es excusa para cerrarles la puerta a nuestros hermanos. Es necesario redoblar esfuerzos para acceder a recursos internacionales destinados a esta población.
La primera política que se debe implementar es la concerniente a la educación de los menores de edad refugiados. No se pueden repetir situaciones como la que vive el Líbano, donde hay 200.000 niños sirios sin estudio, una verdadera tragedia con graves consecuencias futuras.
Adicionalmente, con el auspicio de donantes se les debe censar y dar dinero. Un reciente estudio del Instituto Internacional de Desarrollo encontró que otorgarles un ingreso, en comparación con el grupo de control que no recibió recursos, produjo menos trabajo infantil, aumento en la asistencia escolar, estabilidad de precios y 2,13 dólares de incremento en el PIB local por cada dólar entregado a los desplazados.
Esto debe durar mientras se capacitan, obtienen trabajo y se vuelven productivos. Según el excanciller británico Miliband, en Uganda, un gran receptor de refugiados, el 78 % no necesita ningún tipo de ayuda económica y solo el 1 % es totalmente dependiente de aportes humanitarios al seguirse esta estrategia. A esto debemos apuntar.
Por último, urge establecer un canal humanitario amplio dentro del vecino país con el apoyo de la comunidad internacional y darle la opción a todo venezolano que quiera quedarse que lo haga con las necesidades básicas cubiertas. No será fácil con el actual régimen, pero se debe presionar.
Todas estas medidas se deben tomar, pero el primer paso es cambiar la actitud. A pesar de que será difícil en un país necesitado como el nuestro, debemos interiorizar que los venezolanos sí son bienvenidos. No podemos olvidar que Venezuela recibió más de un millón de colombianos que migraron cuando casi éramos un Estado fallido. Ahora es nuestro turno.
FELIPE RÍOS
Felipe Ríos
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