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La guerra perdida

Es claro que la gasolina que alimenta el conflicto es el narcotráfico.

Felipe Ríos
Uno de los editores de ‘The Economist’ visitó Bogotá esta semana. Mientras almorzábamos, me preguntó sobre la realidad de la paz. Le respondí que la solución definitiva a la guerra la había planteado su periódico hace décadas: la legalización regulada de las drogas.
Como votante del ‘sí’, reconozco que la desmovilización de las Farc reducirá la violencia; no obstante, para mí es claro que la gasolina que alimenta el conflicto es el narcotráfico.
Si hay demanda, existirá oferta. Y, peor aún, si persiste la demanda y disminuye la oferta, el precio aumentará. Por ende, mientras más se golpee a la mafia, mayor será el valor del producto y de los incentivos para seguir traficando.
El mundo entero ha reconocido su fracaso. Colombia ha sido testigo de esta violencia cuando los homicidios por cien mil habitantes aumentaron de treinta, en 1978, a más de setenta en la década de 1990.
A pesar de este baño de sangre, actualmente cualquier joven consigue droga fácilmente. Alex, mi mejor amigo, se unió al grupo equivocado y terminó siendo adicto. A pesar de haber trabajado en un bufete de abogados de talla mundial, hoy deambula por las calles dedicado al vicio.
Si él, que lo tenía todo, cayó en esto, ¿qué se puede esperar de un muchacho necesitado? Nadie está a salvo. Debemos preguntarnos ¿qué acción daría mayor protección a los doscientos treinta millones de Alex que existen en el mundo?
La prohibición falló. ¿Qué otra evidencia se necesita? Era previsible, pues lo mismo sucedió en Estados Unidos, cuando el Gobierno declaró ilegal el alcohol. El Escobar americano, Al Capone, surgió y miles de personas murieron en esa guerra. Una industria sin regulación siempre estará bañada con sangre, pues no existe una autoridad que dirima las diferencias.
Los adictos, considerados como delincuentes en vez de enfermos, terminan en las garras de los maleantes. Un microcosmos de esta realidad estaba en el temible ‘Bronx’.
Mientras no se cambie el modelo, se deben atacar vehementemente los cultivos ilícitos con enfoque en los comercializadores en vez del productor primario. No obstante, ningún gobierno ha podido, ni podrá, acabarlos. Es una batalla perdida.
Pese al fracaso, las leyes con enfoque criminal, que buscan limitar la oferta, persisten. En nuestro país, por falta de información, el 80 % de las personas se opone a cambiar el modelo actual.
Se han visto avances en el mundo. Portugal permite el consumo de todas las drogas, pero no la comercialización, lo que ha llevado a tres muertes por sobredosis por cada millón de habitantes cuando el promedio en la Unión Europea es de diecisiete. Uruguay y parte de Estados Unidos legalizaron la marihuana. En Colombia, un decreto del Gobierno Nacional y una subsecuente ley la autorizaron con fines terapéuticos. Estos son pasos importantes, ya que permiten desmitificar estas sustancias, pero no son suficientes.
Cada año, el alcohol y el tabaco matan a ocho millones de personas en el mundo mientras que las drogas ilegales, a ciento cincuenta mil. Los primeros se compran en cualquier tienda con ciertas regulaciones; sin embargo, sugerir que los estupefacientes tengan un tratamiento similar genera escándalo.
Ninguna propuesta responsable buscaría que de un día para otro se acepten todas las drogas. Se debe empezar por permitir la marihuana con prohibición de acceso a menores y una clara regulación sobre la concentración de sus componentes nocivos. Parte de los ingresos obtenidos debería destinarse a la prevención.
Paralelamente, los consumidores deben tener acceso a tratamientos médicos sin ser estigmatizados, a jeringas para evitar el traspaso de VIH (en Estados Unidos, el 30 % de los portadores lo han adquirido por el uso de agujas infectadas), y dosis de drogas medicamente aprobadas, cuando estén en un tratamiento para dejar su adicción. Estas acciones deben monitorearse para desarrollar las políticas adicionales que sean necesarias.
Colombia es una de las grandes perjudicadas y está llamada a liderar. A pesar de que se desmovilizaron los paramilitares y ahora las Farc, hasta que no se tomen medidas para lograr una legalización regulada del causante primario de la guerra, la tan anhelada paz seguirá siendo una quimera.
FELIPE RÍOS
Felipe Ríos
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