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El enigma mexicano

Las salidas en falso de Amlo ya hacen parte de la trágica historia de esta pandemia.

Hay que escarbar mucho, en medio de un paisaje tan desolador, para encontrar algo bueno que decir sobre el brote de covid-19. El pasado 2 de abril, sin embargo, Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, dijo que esta pandemia le había venido “como anillo al dedo” a su política de transformación. La declaración es desafortunada, desde cualquier punto de vista. Pero es también problemática en tanto que resume su actitud indolente frente a la debacle mundial. Hay que recordar que México tiene 130 millones de habitantes, un territorio densamente poblado y enormes problemas de salud, servicios básicos e higiene. Al escenario catastrófico hay que sumar un conflicto alimentado por el narcotráfico que ha desangrado al país por más de diez años.
Las salidas en falso de Amlo ya hacen parte de la trágica historia de esta pandemia. Primero sorteó las dudas con frases del tipo “Aquí no pasa nada”, “Esta no es una emergencia” o “Tenemos todo bajo control”, que intentaban calmar los ánimos, pero tuvieron el efecto contrario.
Luego, en un gesto desafiante, salió de gira por algunos de los estados más pobres; allí abrazó gente y besó niños. Canceló algunos eventos deportivos y reuniones, pero permitió que se celebrara un enorme festival de música. Aseguró que su gobierno se ha anticipado “al derrumbe del modelo neoliberal que provocó el coronavirus”. Enseguida, cuando se sintió más arrinconado, explicó que a él lo protegía su “fuerza moral” y mostró sus escudos: dos estampas religiosas.
En los últimos días aceptó, a regañadientes, pedir a los mexicanos que se quedaran en casa. Aunque la cuarentena no es obligatoria. Aún hoy están abiertos los aeropuertos y las carreteras. En la Ciudad de México, una de las más pobladas del planeta, hasta hace un par de semanas los restaurantes, gimnasios y peluquerías tenían las puertas abiertas. El presidente no habla otros idiomas, y tal vez no ve noticieros ni revisa sus redes sociales. Pero alguien le tendrá que informar que ya han muerto más de 130.000 personas.
Como algunos de sus colegas –en especial, Donald Trump, a quien se parece cada vez más–, López Obrador ha medido la catástrofe con sus parámetros políticos. Es imposible no hacerlo, claro: hay pocas cosas más políticas que una crisis de esta magnitud. Amlo lleva treinta años recorriendo su tierra y la conoce como pocos. Cuando fue elegido –y durante la campaña– sostuvo que el centro de su gobierno sería el cambio, la famosísima Cuarta Transformación. Todas sus fuerzas vitales y su capital político están destinados a lograr este objetivo. Y, al mismo tiempo, obtener el puesto que siempre ha deseado en el pedestal de la historia mexicana.
Es posible que, en sus cálculos, esta crisis no amerite mayor inversión de tiempo ni de recursos, pues la transformación que lidera ya encaminó bien a México. “Su mensaje fue claro: la crisis múltiple (sanitaria, económica y laboral) que enfrentan México y el mundo como consecuencia de la pandemia de covid-19 es menor comparada con la importancia del proyecto que él encabeza. Varias veces mencionó durante su discurso que la epidemia de coronavirus será una crisis transitoria”, escribió Ricardo Fuentes-Nieva en 'The Washington Post'.
Aunque la mayoría de los mexicanos tomaron las precauciones mucho antes de las instrucciones oficiales, buena parte ha aprovechado el caos para no cumplir la cuarentena. Y, como en toda Latinoamérica, millones de pobres no se pueden dar el lujo del aislamiento. La respuesta de Amlo, de nuevo, ha sido fantasiosa: México es un país fuerte donde no se necesita disciplina y habrá recursos para todos. Es comprensible su estrategia de apelar a la tranquilidad y la solidaridad. Pero en otros países ya quedaron claros los riesgos de no tomar medidas responsables a tiempo: ignorar las señales puede llevar a lugares muy oscuros. Ojalá que ese no sea el camino que México tenga que transitar.
Felipe Restrepo Pombo
@felres
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