La divulgación del texto del acuerdo de paz definitivo, firmado en La Habana el pasado miércoles 24, permite decir, tres veces sí, que vivimos un hecho histórico irreversible. El fin de la larga guerra en dos etapas (1946-1960 y 1964-2016), “la guerra de los veinticinco mil días” que nos fue impuesta por otro conflicto, la Guerra Fría o III Guerra Mundial.
El gobierno del presidente Juan Manuel Santos, y su admirable equipo de negociadores encabezados por Humberto de la Calle, con el respaldo de la comunidad internacional, de los gobiernos de Noruega, y Cuba como garantes del proceso, y Venezuela y Chile como facilitadores. La inmensa hospitalidad del gobierno cubano, y la voluntad de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (Farc-Ep) de ponerle fin a la lucha armada han logrado lo que muy pocos colombianos creían que pudiera conseguirse, dados los penosos antecedentes con Belisario Betancur y con Andrés Pastrana, entre otros: el fin sin reversa de la guerra y el comienzo de la paz que hará de Colombia un país viable en el presente, entendiendo por el presente el siglo XXI desde hoy hasta que termine.
No es aventurado pronosticarlo. A la feroz guerra de los Mil Días (1899-1902) siguieron cuarenta años de paz casi total, que permitieron la transformación de la aldea decimonónica en un país moderno y pujante. Si no hubiera confluido esa desgraciada circunstancia de la Guerra Fría entre las potencias capitalista y comunista, la paz colombiana (y la paz mundial, por supuesto) hubiera continuado imperturbable hasta nuestros días.
El docente Juan López Chorne y el abogado Pablo C. Martínez definen en el diario argentino ‘Página/12’ la importancia regional que tiene la paz en Colombia: “No hay un hecho más auspicioso en América Latina que el avance en el proceso de paz de Colombia”. La misma importancia le han reconocido los grandes medios en América y Europa. Tanto el cese del fuego bilateral y definitivo del 23 de junio como la firma del acuerdo final el 23 de agosto han generado titulares destacados en las primeras planas de la prensa universal, en los noticieros y en las redes sociales.
Hasta la saciedad se ha dicho que el denominado posconflicto será difícil y peligroso. Es una verdad relativa. El posconflicto será tan fácil o será tan difícil como decidamos los colombianos. En la tarde en que se recibió la noticia de la firma de los acuerdos definitivos en La Habana, miles de personas salieron a la calle a celebrar. Si ese es el ánimo general que ha de predominar en el posconflicto, no hay duda de que será un periodo amable dentro de las dificultades naturales que puedan presentarse por factores que debemos aprender a solucionar con los mecanismos de la paz.
El presidente de la República ha fijado la fecha del plebiscito refrendador o reprobatorio del acuerdo del 23 de agosto en La Habana. El resultado del plebiscito nos dirá si tendremos un posconflicto espeso o suave. ¿Se impone el ‘Sí’ sobre el ‘No’ por una ligera mayoría? Posconflicto espeso. ¿Se impone el ‘Sí’ sobre el ‘No’ por una mayoría abrumadora? Posconflicto suave. ¿Se impone el ‘No’ sobre el ‘Sí’ por cualquier mayoría? El posconflicto tendrá que prescindir del ‘pos’ y seguiremos en conflicto. ¿Tal vez por otros setenta años? En tal caso, a las generaciones que vendrán les sobrará razón en maldecirnos un día sí y otro también por ese legado trágico, como nosotros no nos hemos cansado de maldecir a las que hace setenta años se dejaron arrastrar a la trampa de la Guerra Fría promovida por la ultraderecha estadounidense y sumieron a Colombia en un baño de sangre que parecía interminable. Y que terminará ahora, cuando el 2 de octubre les demos en las urnas un ‘Sí’ mayúsculo, rotundo, incontestable a los acuerdos de paz firmados en La Habana.
Nadie se engañe. El plebiscito del 2016 no es como el plebiscito de 1957. El próximo 2 de octubre, la paz no va de pretexto para votar por un Frente Nacional excluyente y antidemocrático, que fue la semilla de la corrupción y que no trajo ninguna paz. Como lo dice el preámbulo de los acuerdos, la paz será el pivote de un país nuevo, en el que todos tenemos cabida, igualdad de derechos y oportunidades, como los brinda la Constitución. Las libertades y el progreso individuales harán, sumados, la libertad y el progreso colectivos. Todo ello será real si los colombianos se comprometen a hacerlo real, como lo explica Humberto de la Calle en uno de los párrafos finales de su declaración del 24 de agosto:
“Repito que el acuerdo [de La Habana] es un acuerdo sobre lo posible. Pero de la sociedad colombiana depende que sea ejecutado. Primero, si lo aprueba con el voto. Segundo, si se comprometen a hacer parte de la transformación que se necesita para conseguir la paz”.
Votar ‘Sí’ el 2 de octubre y ya, no basta. El ciudadano que vote ese día afirmativamente por el acuerdo de paz firmado en La Habana debe hacerlo con la convicción de que ese ‘Sí’ es un compromiso sagrado de trabajar en adelante por la construcción de la Colombia en paz del siglo XXI. Solamente miremos a los cuarenta años de paz colombiana del siglo XX y la transformación grandiosa que nos trajeron, y pensemos en lo portentoso que vamos a obtener en este siglo si entre todos le damos una nueva oportunidad a la paz.
Enrique Santos Molano