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Pesimismo optimista

El progreso de la tecnología ha intensificado el retroceso del ser humano en su esencia y materia.

Elon Musk, el magnate fundador y dueño de Tesla y de SpaceX, asevera que las dos amenazas más graves para la civilización humana son, en su orden, la inteligencia artificial (IA) y el decrecimiento de la población mundial, que será severo en los años sesenta del presente siglo. Un estudio de la Universidad de Washington, reseñado en EL TIEMPO (16/7/2020), y publicado originalmente en ‘The Lancet’ de Londres, indica que el aumento poblacional se detendrá a partir del 2064, cuando alcance un pico de 9.700 millones de habitantes, que para el 2100 habrá caído a 8.800, lo cual significaría la desaparición de la especie en no mucho más de dos siglos, aproximadamente hacia el 2340, suponiendo que una guerra nuclear o pandemias sucesivas imparables no se encarguen de hacer con anticipación ese trabajo.
No dudo de que la preocupación del señor Musk está lejos de ser exagerada. Los indicios y sucesos de los últimos dos siglos y medio sugieren que nuestra especie atraviesa su fase de consunción, que tendría pico en el 2064. A partir de esa fecha entraría la humanidad en su fase de extinción natural.
¿Puede el ser humano revertir el fenómeno y prolongar su presencia más allá de lo pensado? Difícil, imposible diría yo, encontrar una respuesta hoy a tamaño interrogante. Las especies entran en riesgo de desaparecer apenas empiezan a debilitarse (consunción) y a envejecer. Es evidente que la especie humana se viene debilitando, por múltiples factores, desde la primera Revolución Industrial (1750), y se está envejeciendo. El progreso de la tecnología ha intensificado el retroceso del ser humano en su esencia y en su materia, y lo que es peor y definitivo, en su identidad.
El humanismo nos lo han querido mostrar como algo metafísico, remoto y no rentable. Muchas universidades, por disposición oficial, o ‘motu proprio’, han ido eliminando paulatinamente de sus programas la enseñanza de las humanidades. Un ministro japonés “de cuyo nombre no quiero acordarme”, porque sería como tomarme un veneno, ordenó suprimir el humanismo de los programas académicos. Las carreras tecnológicas, en las que el empleo de la inteligencia humana, de la creatividad, del conocimiento y de la sapiencia no es muy necesario, tienen preponderancia en la educación superior.
La tecnología disminuye la capacidad de pensar. Es una ocupación rutinaria que lleva a quienes la ejercen a concentrarse en una práctica que no requiere pensamiento, ni imaginación, ni versatilidad, sino simple atención mecánica.
Ello conduce al debilitamiento mental del ser humano, a su anquilosamiento cognitivo, a la rutinización, a la confusión y, finalmente, a la resignación y la indiferencia, es decir, al debilitamiento físico y mental. En ese punto, las especies inician el camino, tal vez irreversible, de su extinción.
La pandemia del covid-19, sin embargo, nos está dejando cosas positivas. Una de ellas, por ejemplo, y no la menos valiosa, es la recuperación emocionante del espacio para las páginas culturales en la prensa. Hoy salen tres y hasta cuatro páginas dedicadas a la información, al análisis y a la exaltación de las actividades artísticas y literarias, en un despliegue de talento de mujeres y de hombres de todas las edades, que nos enseñan cómo la creatividad en Colombia abre un horizonte de grandes esperanzas.
Ojalá este resurgir del periodismo intelectual en los diarios no sea un fenómeno pasadero, no desaparezca con la pandemia, sino que se incremente y continúe desarrollando el estímulo creativo que necesitan las actividades humanas para obtener su esplendor máximo. Así, en cambio de la amenaza de extinción que prometen las estadísticas, estaríamos a las puertas de un nuevo Renacimiento.
La inteligencia artificial no es peligrosa en sí misma. Si se la utiliza para alimentar la codicia de los poderosos, para incrementar el desempleo, para enriquecer más a los ricos y empobrecer más a los pobres, para aumentar la inequidad social y el desequilibrio económico, tengamos por seguro que el planeta Tierra será un lugar miserable. Por el contrario, el empleo de la IA en beneficio del bien común, en proporcionar la redistribución de la riqueza y el incremento de la equidad hasta borrar por completo de la faz de la tierra la pobreza, la ignorancia, las enfermedades y las ambiciones depredadoras, quizá nos encamine al Paraíso perdido que cantó John Milton en su poema grandioso.
Enrique Santos Molano
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