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La nanoeconomía y el mundo de hoy y de mañana

La unanimidad de acción nos permitirá superar la crisis lo menos dolorosamente posible.

¿Cómo será el mundo después de la pandemia del covid-19? Filósofos, sociólogos, pensadores, economistas, que nadan en aguas de optimismo o pesimismo, intentan responder esa pregunta sin encontrar respuestas claras ni soluciones esperanzadoras. Solo coinciden en que el mundo no volverá a ser como antes de la pandemia. ¿Eso es malo? Al contrario. Salir de un estilo de vida milenario basado en el enriquecimiento escandaloso de unos pocos y en la pobreza y miseria, igualmente escandalosas, de los más, sería para la humanidad una ganancia del ciento por ciento.
Predecir el futuro es ejercicio inútil, así se trate de pasado mañana. En noviembre de 2019, nadie le habría creído a ningún profeta chiflado que en ese momento hubiese anunciado que en marzo de 2020 más de la mitad de la población del planeta estaría en prisión domiciliaria, amenazada de muerte por el contagio de un ‘nuevo’ coronavirus. Sin embargo, ya existían antecedentes y señales continuas de que tal cosa podría ocurrir.
No resulta, pues, descabellado decir que las condiciones económicas, sociales y políticas del mundo no volverán a ser las de antes, ni es un despropósito advertir que la pandemia del covid-19 también registra el acta de defunción de dos de los agentes fundamentales de la tragedia: el neoliberalismo y la globalización. Y con ellos, por lógica, desaparecerán los factores humanos que la produjeron.
Aventurándome a vaticinar, pienso que la transición, ya iniciada, del viejo mundo antepandemia al mundo nuevo pospandemia, avanzará y se completará en el curso de los próximos veinte años. En los primeros cinco, la humanidad, que será la gran beneficiaria del cambio, deberá prepararse para afrontar una crisis de proporciones bíblicas (diluvio universal, Sodoma y Gomorra, por ejemplo). Lo importante es no permitir que el miedo nos doblegue. Como lo manifiesta Fray Beto, no hay que asustarse con la palabra ‘crisis’. Ella se deriva de ‘crisol’, que significa depuración. Y después de la crisis, en que ya estamos, la humanidad se habrá depurado y preparado para reasumir la vida en condiciones en las que la felicidad habrá dejado de ser una quimera y mutará en realidad.
Apunta Fray Beto que la pandemia trajo de bueno el rescate de lo mejor del ser humano, sus valores románticos, ahogados por siglos de avaricia, codicia y sordidez económica. El confinamiento y el distanciamiento social forzado nos han permitido darles su valor máximo a los afectos familiares, a la amistad, la solidaridad, el amor, la lealtad, y todos esos sentimientos nobles que elevan y dignifican el espíritu.
La pandemia parece diseñada —una obra maestra de bioingeniería— para anular la autonomía de las personas y someterlas en comunidad al capricho y al interés de los poderosos, como ocurrió en el mundo antiguo, en que la humanidad vivía en la oscuridad, y en el oscurantismo, hasta que un dios rebelde, Prometeo, robó la luz del Olimpo y alumbró el mundo. Prometeo pagó caro su acto liberador, pero también marcó el fin de los dioses.
El ser humano no es un animal doméstico ni es domesticable. Siempre arderá en él una chispa de rebeldía y siempre llegará un momento en que las chispas se unan y formen un Prometeo que eche abajo la oscuridad y la opresión.
“No hay vuelta atrás”, dice el premio nobel de paz Muhamad Yunus, en artículo para este diario (EL TIEMPO, 21/5/2020). “Una sencilla decisión global unánime nos ayudará enormemente: una instrucción clara de que no queremos volver al lugar de donde veníamos. No queremos saltar en la misma sartén en nombre de la recuperación”, agrega el nobel.
Esa unanimidad de acción es la que los ciudadanos deben adoptar de hoy en adelante. Una decisión unánime de no sentir miedo de enfrentar a los dioses crueles y rapaces que nos dominan. Una decisión unánime de defender los valores democráticos que nos garanticen nuestros derechos naturales y esenciales. Una decisión unánime de no seguir eligiendo malos gobernantes ni funcionarios corruptos. Esa es la clave. La unanimidad de acción, que no es unanimismo, nos permitirá superar la crisis lo menos dolorosamente posible y entrar con éxito a una revolución industrial que nos será tan favorable como lo decidamos, o tan desfavorable como lo permitamos.
No necesitamos un gobierno mundial ni perder la soberanía nacional. Tenemos las Naciones Unidas. Ni requerimos una constitución global para reordenar el mundo. Disponemos de la mejor constitución que pueda desearse, adoptada por unanimidad de los pueblos en 1948: la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Por decisión unánime debemos acordar la obligatoriedad de que cada país aplique la Carta de los Derechos Humanos en sus treinta artículos, y condenar su violación por los gobiernos o por las instituciones como un crimen de lesa humanidad. También debemos ser unánimes en la lucha por abolir el poder de veto de las potencias. Cada nación, un voto. Así deberá funcionar la democracia en el próximo futuro.
Enrique Santos Molano
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