Recurro de nuevo a la entrevista con Joan Clos, director de ONU-Hábitat, citada en la columna anterior. A la pregunta de cómo conseguir la sostenibilidad ambiental, responde que “disminuyendo la dependencia del carbono, y esto no puede retrasarse más (...) debemos preparar a todas las ciudades del mundo para la movilización eléctrica, con postes de carga en todas partes, autobuses eléctricos, etc.”. Lo que el señor Clos quiere decir, no necesita explicación. La lucha contra la contaminación ambiental comienza por cambiar el sistema energético, pasar de energía fósil a energía limpia, eléctrica, principalmente. Y eso es algo que “no puede retrasarse más”. No lo dice un simple columnista nativo, sino el director de ONU-Hábitat, una persona que sabe de lo que habla.
¿Los buses pesados de TransMilenio están movidos por energías limpias? Son buses de diésel, un combustible hidrocarburo cuya capacidad de contaminación es tan poderosa o más que la gasolina, como puede palparse en la Caracas y en las demás troncales por las que rueda ese medio de transporte masivo urbano. Convertir la carrera 7.a en una troncal de TransMilenio pesado es aumentar a un grado insoportable la cantidad de carbono en el ya pésimo aire que respiran los bogotanos, y corre en contravía de la dirección hacia la que el mundo comienza a encaminarse: el transporte eléctrico. El tan criticado y denostado alcalde Gustavo Petro intentó llevar a Bogotá por ese rumbo correcto. En su momento vimos (o no, tal vez no lo vimos, cegados como estábamos, y estamos, por la furia anti-Petro) de qué manera se le sabotearon a la administración progresista el tranvía eléctrico por la carrera 7.a, el metro subterráneo (hasta con cheques ‘chimbólicos’), los buses padrones eléctricos y los taxis eléctricos. Si esos proyectos hubieran encontrado respaldo del Estado, y sacudido la gélida indiferencia de la ciudadanía, Bogotá tendría hoy de veras esa cara mejor que le supone el admirado columnista Gabriel Silva Luján.
Lo de la contaminación ambiental no es el nombre de un juego. Se trata de un drama a nivel mundial que nos afecta de mil formas negativas y que amenaza con exterminar la especie humana. Por primera vez, la contaminación con CO2 rompe todos los registros históricos y llega a las 400 partes por millón (ppm), de las que cuales si no se toman medidas contundentes, no se saldrá en milenios. http://elpais.com/elpais/2016/10/24/ciencia/1477318189_309369.html
El caso de Bogotá es igual de dramático, según lo sintetiza un espeluznante informe (EL TIEMPO 23/10/2016) titulado ‘Contaminación, un problema que Bogotá no puede seguir posponiendo’. Si la Secretaría de Salud de Bogotá considera que los niveles de contaminación de la ciudad “son buenos”, debe ser que le parece bueno, o muy bueno, el aumento notorio de las infecciones respiratorias, de las enfermedades oculares
‒incluida la ceguera‒, de la dermatitis y de otras ocasionadas por el elevado nivel de empobrecimiento del aire. Presumo que las autoridades de salud del Distrito no visitan jamás las clínicas y hospitales de la capital. Se asombrarían de verlas siempre repletas de pacientes con una causa común de enfermedad: la contaminación ambiental.
El TransMilenio pesado por la carrera 7.a no contribuirá a disminuir la contaminación. Al contrario, expandirá las partículas contaminantes y hará cada vez más nocivo y pestilente el aire que respiramos. En realidad, lo que estamos respirando no es aire, es carbono. Tampoco lo dice un columnista despreciable, sino la OMS.
Ahora bien, la situación medioambiental de Bogotá no es grave porque la denuncie un diario impertinente, unos columnistas charlatanes o la obsoleta OMS, sino que esas denuncias se hacen porque la situación medioambiental de Bogotá es grave.
El ‘fracking’, que traduce literalmente ‘fracturamiento hidráulico’, es una voz de moda por el empleo de esta técnica para quebrar las rocas y forzar o facilitar la extracción de petróleo. Por el daño que el ‘fracking’ ha causado a la tierra y al medioambiente, dejando a muchas ciudades sin agua potable, la sola lectura de esa palabra produce escalofrío. El vocablo puede homologarse a la fractura que ocasiona en ciertas vías la introducción forzada de sistemas de transportes que no caben en ellas por la misma razón matemática de que tres en uno no cabe. El quebrantamiento de la Caracas originado por la troncal destruyó esa vía, no mejoró la calidad del transporte y ha causado los innumerables problemas de los que la prensa informa constantemente. Quien quiera mirar la primera página de este diario (3/9/2016) tendrá ante sus ojos el panorama tétrico que le aguarda a la bienamada carrera 7.a si la idea de degradarla en troncal de TransMilenio, de ‘caraquizarla’, se lleva adelante.
¿Cuánto costará la troncal de la carrera 7.a y cuánto durará su construcción? ¿Es una obra factible, útil y necesaria? ¿Hay alternativas mejores? Para responder estas preguntas, se requiere una tercera columna, la cual vendrá el viernes próximo.
Enrique Santos Molano
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