El asesinato (feminicidio, infanticidio, violación y tortura) de Yuliana Samboní, una niña de siete años, cometido por un culto arquitecto, miembro de una distinguida familia con las mejores relaciones en los círculos del poder, ha motivado muchas reflexiones entre nuestros pensadores e intelectuales acerca de cómo es posible que el mal anide en una persona educada y privilegiada por la fortuna, y ha suscitado hervores de justa indignación que piden la restauración de la cadena perpetua para ese tipo de crímenes, hervores que ‘El Espectador’ intenta apaciguar con un prudente editorial titulado ‘La inutilidad de la cadena perpetua’.
Parece que en los últimos tres mil años, la humanidad no hubiera aprendido nada de nada acerca del bien y del mal. Por lo menos desde Homero, pasando por Virgilio, Eurípides, Sófocles, Shakespeare, Dostoievski, Tolstoi, Wilde, Stevenson, Faulkner (y cientos de otros escritores y filósofos), se ha establecido que cada ser humano trae componentes iguales de capacidad para el bien y de capacidad para el mal. Que en cada uno de nosotros anidan, sin convivir, un ser decente y un ser lumpen, el doctor Jekyll y el señor Hyde, Dorian Gray y su retrato. Homero detalla en la ‘Odisea’ todos los elementos externos que contribuyen a acentuar o a potenciar en el interior del ser humano la supremacía de uno de esos dos componentes sobre el otro. Un desolado Virgilio exclama en la ‘Eneida’: “Así tuviera cien lenguas y cien bocas, y voz de hierro, no podría describir las formas del crimen”. Ambos coinciden, Homero y Virgilio, en que el ser lumpen posee en su naturaleza, sobre la naturaleza del ser decente, una ventaja que lo hace superior: su carencia de escrúpulos, su decidida vocación por la corrupción, su ambición inextinguible de poder y de riqueza.
Coinciden también Homero, Virgilio, Shakespeare, Dostoievski y Tolstoi en que la única defensa del ser decente está en el amor. En ‘Crimen y castigo’, Dostoievski deja abierta la posibilidad de que el asesino Raskólnikov pueda ser redimido por el amor de Sonia, pero no excluye la necesidad imperiosa de que se le aplique un castigo equivalente a su crimen. Y aunque este es horrendo (matar a hachazos a dos ancianas), no alcanza las características de atrocidad que contiene el asesinato de la niña Yuliana Samboní, del que se acusa al arquitecto Rafael Uribe Noguera.
No es el momento de abordar el complejo análisis psicológico con el que Dostoievski va desenredando las razones que impulsaron a Raskólnikov a cometer su crimen, para tratar de explicar las que indujeron al arquitecto Uribe Noguera (hasta ahora presunto autor) a perpetrar con premeditación la violación, la tortura y el asesinato de una niña de siete años. Ese crimen, al que no le sirve ningún calificativo, por peyorativo que sea, puede tener elaboradas explicaciones psicológicas, pero exige un castigo, el más severo posible dentro de la ley colombiana.
Respeto, por supuesto, la opinión de ‘El Espectador’, aunque la encuentro ingenua, desfasada y algo peligrosa. Comienza su editorial nuestro colega por catalogar “el asesinato y violación de Yuliana Samboní” como “una tragedia indescriptible”. Afirma que “Colombia, desgraciadamente, parece ser tierra fértil para este tipo de bajezas” y enumera una cantidad inverosímil de crímenes de violación sexual, asesinatos y vejaciones a niñas menores de edad “según un informe del Fondo para las Poblaciones de las Naciones Unidas”. Expresa su solidaridad con la indignación nacional y la ira que esas monstruosidades han venido acumulando en una sociedad aterrorizada por la acción incontenible del mal. Y cuando el lector espera una conclusión demoledora, se encuentra con un frenazo violento: “Con todo, eso (los crímenes) no es motivo para sucumbir ante los cantos de sirena del populismo punitivo”, y con esta bella antítesis entra a criticar a los “populistas punitivos” que han reclamado la restauración de la cadena perpetua para los crímenes atroces de los que es víctima la infancia. Aduce que “es en estos momentos de justa rabia cuando una sociedad tiene que mirarse al espejo y hacerse las preguntas fundamentales: ¿queremos construir nuestro sistema penal sobre una idea de venganza o de rehabilitación? El debate no es nuevo y, por lo mismo, abundan los argumentos que nos llevan a pedir cautela: aunque los propósitos de justicia que envuelven este apoyo a la iniciativa sean loables, la cadena perpetua no va a solucionar nada”.
Catalogar el adecuado castigo legal al crimen como “populismo punitivo” o como “venganza” es una falacia académica apta para abrirles a los criminales el camino a la impunidad. Como están impunes, hasta hoy, el noventa y cinco por ciento de los asesinos que cometieron esa cadena de crímenes, que el mismo diario denuncia al comienzo de su editorial.
La ley no castiga por venganza, sino porque cada crimen exige un castigo. Las penas (como sería la de cadena perpetua) no tienen, no pueden tener una intención rehabilitadora ni utilitarista, sino únicamente sancionatoria. Ahí no hay ningún populismo punitivo. Ese populismo punitivo, o venganza, se aplica cuando los particulares resuelven tomar la justicia por su mano y proceden sin juicio ni miramientos al linchamiento del sospechoso. En ningún caso cabe hablar de “populismo punitivo” cuando es la ley la que aplica el castigo.
La sociedad no debe mirarse al espejo solo en los momentos de grave aflicción, como la que nos produce la muerte infame de Yuliana Samboní. La sociedad tiene que mirarse al espejo, con mirada autocrítica, todos los días y observar en él sus defectos, para corregirlos, para imponer las virtudes de nuestro ser bondadoso sobre las aberraciones de nuestro ser malvado.
Por eso hay que apoyar la corajuda decisión del fiscal general, Néstor Humberto Martínez, de darle el carácter de crimen de lesa humanidad al apoyo financiero, logístico o de cualquier forma que se les presta a los paras y a las bandas criminales. Ojalá el mismo tratamiento se aplicará al abuso sexual de la infancia y a la trata de personas. La lucha sin cuartel contra la corrupción, el respaldo de la sociedad a esa batalla del Fiscal para librarnos de nuestra peor lacra, es la mejor forma de crear los mecanismos de defensa contra todas las formas del crimen, que Virgilio se sintió incapaz de describir. Una de ellas, quizá de las peores, el crimen contra la infancia.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
Comentar