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Bogotá, de mal en peor

La segunda administración Peñalosa es un catálogo de proyectos irrealizables.

Enrique Peñalosa, urbanizador que se hace pasar por urbanista, y experto en confeccionar frases célebres, las ya populares ‘peñalosadas’, cuya colección, reunida en libro (que podría patrocinar el IDU), sería un éxito editorial, fue elegido alcalde por segunda vez no porque quienes lo votaron tuvieran en cuenta sus méritos como gobernante (imposible tener en cuenta lo que no existe), sino por la campaña inagotable de desprestigio (financiada por contratistas, compañías urbanizadoras y otras especies que han encontrado en Bogotá su vaca lechera) contra los doce años de gobiernos ‘de izquierda’ a los que se señaló de no haber arreglado los problemas que dejaron acumular en doscientos años los gobiernos ‘de derecha’.
El odio a ‘la izquierda’ se concentró amablemente contra el gobierno de la Bogotá Humana, de Gustavo Petro, que no era de izquierda. La Bogotá Humana fue un movimiento progresista, humanista y filosóficamente liberal, como lo había sido la República Liberal (1930-1946) y especialmente el gobierno de la Revolución en Marcha (1934-1938) de Alfonso López Pumarejo. Cabe de paso establecer un paralelo entre la ferocidad, plagada de mentiras, calumnias, ‘fake news’, atentados personales y acciones intrépidas con que la derecha de los treinta y los cuarenta se dedicó a distorsionar las grandes transformaciones de todo orden alcanzadas por la República Liberal, que se habría mantenido por muchas décadas más en el poder democrático si no hubiera mediado, para derribarla, la Guerra Fría, y la ferocidad con que la ultraderecha de hoy atacó al gobierno de la Bogotá Humana, incluso con abuso de poder por parte de un procurador que constituyó una vergüenza como funcionario público. Hoy ese mal ejemplo disfruta de una pensión suculenta de retiro en la OEA por cuenta del bolsillo de los colombianos.
En el presente, los ciudadanos reconocen la buena administración desempeñada por la Bogotá Humana, a pesar de los cientos de palos que le metieron en las ruedas. El mejor ejemplo de ello son los taxistas, que en la época de Petro rajaban del alcalde, con el único argumento de que era ‘de izquierda’. Hable usted con cualquier taxista actual y se asombrará de la cantidad de calificativos peyorativos que le aplican a Peñalosa. El más suave es el de “desquiciado” que está haciendo de Bogotá la peor de las ciudades posibles.
La segunda administración Peñalosa ha resultado peor que la primera. Un desastre multidimensional. Es un catálogo de proyectos irrealizables económica, técnica, arquitectónica, ingenieril y urbanísticamente. Ahora cursa en el Concejo un proyecto de valorización para financiar treinta y cinco obras. El costo del gravamen será altísimo. Los ciudadanos pagarán por proyectos ni siquiera prioritarios para una ciudad con los muchos problemas urgentes como tiene Bogotá para resolver. La mayoría de esas obras son ciclorrutas rumbosas, que no valorizan las propiedades, sino al contrario, las deprecian.
El proyecto de un sendero por los cerros orientales, que los atraviesa desde Usme hasta Lagos de Torca, y al que se ha denominado sendero de Las Mariposas, no va a ser ningún sendero por donde transiten miles de variedades de mariposas vagarosas, que ya quedan pocas en Bogotá. La alta contaminación de la capital las va extinguiendo. El tal sendero de Las Mariposas suena a una trampa para desatar proyectos urbanísticos en las zonas protegidas de nuestros cerros, y sobre todo para lanzar sobre la reserva TVDH un misil que la destruya y que les abra espacio a los proyectos urbanísticos que el alcalde Peñalosa y sus promotores tienen pensado realizar en los terrenos de la reserva ecológica más importante de Bogotá, de la Sabana y del ecosistema cundiboyacense.
Se acaba de anunciar que el planeta Tierra cuenta con apenas una docena de años para detener el cambio climático —de cuyos efectos terribles ya estamos empezando a padecer las consecuencias en la salud humana, animal y vegetal—, y el alcalde Peñalosa, fanático del diésel, quiere atestar las calles de Bogotá con buses diésel, combustible que posee el más alto valor contaminante. Como si esto no fuera suficiente, el burgomaestre se ha dedicado de manera acuciosa a talar los árboles de una ciudad que está desarborizada en más del setenta por ciento de su área urbana.
Bogotá, para enfrentar el siglo XXI como urbe sustentable, necesita, por supuesto, un plan científico de renovación urbana pensado para favorecer la calidad de vida de los habitantes, y no para beneficiar los negocios de los contratistas. Ese plan científico de renovación urbana no figura en las maquinaciones de Peñalosa.
Parece confiado y esperanzado el señor alcalde en que el proyecto inconstitucional que el Centro Antidemocrático y Cambio Radical pretenden pasar en el Senado para alargar los períodos de alcaldes y gobernadores le permitirá quedarse en el Liévano hasta el 2022 sin someterse a elecciones. Mejor se desengaña. La paciencia de los bogotanos se agota. Ya se puso en movimiento en los barrios y localidades una iniciativa general para rechazar el gravosísimo impuesto de valorización, y, por otro lado, la resistencia contra los megadesastres de la TT7M y el ME crece.
Peñalosa no conoce a los bogotanos. Cree que son bobos fáciles de engatusar. Las apariencias forjan visiones irreales. Bogotá es una ciudad poblada por aguas mansas, pero cuando esas aguas mansas comiencen a encresparse entenderá el señor Peñalosa que nadie se lo aguantará un día más allá del 31 de diciembre de 2019, si no es que antes le hacen una despedida cordial.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
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