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Es mejor ser con miedo

En salud sexual y salud reproductiva, tenemos que hablar del miedo que paraliza.

“Ya pasó la hora de la sorpresa. Ahora es el momento de luchar contra el miedo”, dijeron los mayores de la Sierra Nevada de Santa Marta, unos meses después de que empezara la pandemia. El diccionario define el miedo como la sensación desagradable producida por la percepción de un peligro, real o imaginario.
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Probablemente no haya un miedo mayor que el miedo a la muerte. Incluso quienes padecen alguna fobia “que les atemoriza más que cualquier cosa”; cuando son expuestos al motivo de su temor, lo resumen en una frase: “Siento que me muero”. Y morirse da miedo.
El miedo tiene una función importante, nos protege de hacer cosas peligrosas, ayuda en la supervivencia. En teoría, frente al miedo solo podemos reaccionar de dos formas: huyendo o afrontando la amenaza. Y los estereotipos de género han asignado a las mujeres el lugar de huir y a los hombres, el de enfrentar. Pero también puede paralizarnos.
En salud sexual y salud reproductiva, tenemos que hablar del miedo que paraliza. El miedo a conocer el resultado de lo que se siente en el cuerpo hace que muchas mujeres eviten hacer su revisión anual o recoger los resultados. Citología, una vez al año, desde que se inicia el potencial de su vida reproductiva (con su primera menstruación); y mamografía, después de los cuarenta años. O impide que se realicen el autoexamen de seno. La restricción sobre la sexualidad de las mujeres: “¡de eso no se habla!” o “¡eso no se toca!” está tan instalada en el subconsciente que ni siquiera para tener prácticas de autocuidado alcanza.

La desconexión con el propio cuerpo, no entender que sin cuerpo no funcionamos, nos hace dejar de lado prácticas simples de autocuidado que nos pueden salvar la vida.

Y a los hombres, el miedo a sentir cuestionada su fuerza y virilidad los inhibe de hacer los controles de rigor, una consulta con urología apenas se inicia su vida sexual (nótese que no dije reproductiva); y el autoexamen de testículo, que salvaría muchas vidas si fuera una práctica habitual. La desconexión con el propio cuerpo, no entender que sin cuerpo no funcionamos, nos hace dejar de lado prácticas simples de autocuidado que nos pueden salvar la vida. Y ahí también está el género.
Siento el miedo muy presente, porque en dos días me harán una cirugía. Cuando salga esta columna, si todo sale bien, ya debería estar en recuperación. Extraerán mi útero y sacarán una masa que ha estado causando serios problemas en mi sistema urinario. Lo describo porque me resisto a esa vergüenza extraña, al silencio incómodo que hay al referirse a una enfermedad tan común entre nosotras. Los héroes sangran y les dan medallas. A nosotras nos avergüenzan por sangrar.
Imagino que las más de ochenta mil mujeres que han pasado por mi situación en los últimos tres años sintieron lo mismo; ellas y su gente amada. A propósito de los datos, un llamado: la pandemia impidió que muchos exámenes de control fueran realizados a tiempo. Acuda a su servicio médico, hágase las pruebas de control necesarias y no aplace lo que es importante por atender lo urgente. Ningún empleo o proyecto justifica eso. Cuídese.
Tengo miedo y es liberador decirlo. Nos enseñaron a tenerle miedo al miedo. Nos enseñaron a no expresar, y eso impide conversaciones urgentes, especialmente con la familia. La muerte es una posibilidad inminente, es bueno afrontar esa realidad con serenidad, definir escenarios posibles y tratar de concertar los asuntos que pueden convertirse en un problema. Y, por si acaso, no me refiero solo frente a una cirugía mayor, sino siempre. Hasta donde sabemos, usted tampoco tiene asegurado que estará respirando mañana.
“Es mejor ser con miedo que dejar de ser por miedo”, leí en un grafiti hace años. No deje que el miedo a la muerte le paralice, siéntese a conversar con su gente amada sobre ese hecho, que llegará, más tarde o más temprano. Y procure divertirse en el proceso. Recuerde que, como me enseñó una dama amada: “El humor contamina el miedo ambiente”.
ELIZABETH CASTILLO
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