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El amor de las amigas

Por eso es tan revolucionaria la unión de las mujeres, porque incomoda al patriarcado, lo desmiente.

Casi todos los cuentos de hadas tienen un momento importante: el baile. Un príncipe, siempre guapo, siempre esbelto, elige entre un enorme número de mujeres que habitan su reino. Uno solo elige entre muchas. Todas, casi sin excepción, se pelean por él. Todas quieren ir al baile y ser la elegida. Y llegan a cosas muy desagradables con tal de lograrlo. La madrastra fuerza a las hermanastras de Cenicienta, con su exigencia de que alguna atrape al príncipe, a realizar cosas absurdas. Una de las versiones más antiguas de este cuento dice que, incluso, una de ellas se recortó el pie con un cuchillo para tratar de calzar la zapatilla.
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A las mujeres nos educan para ser rivales. Para luchar entre nosotras. Para ‘recortarnos’, dudar de nosotras y considerar a la otra una potencial enemiga de la soñada posibilidad de “ser felices y comer perdices”. Al tiempo, nunca sabemos qué pasa con las princesas que no son elegidas, desaparecen. Solo existen en la medida del príncipe. Y así, también, se refuerza el patriarcado.
Un patriarcado que teme la sabiduría y el poder de las mujeres cuando se unen. Por eso las quemó en la Inquisición, por eso pretende regularles el cuerpo: imponer qué pueden hacer, cómo, cada cuánto. En especial con su sexualidad. Porque, ya sabemos, ella debe ser solo de uno. Él, en cambio, puede tenerlas a todas. Y, además, puede ordenarles cómo deben vivir.
Como en El cuento de la criada, anula derechos de las mujeres. Como hacen los talibanes en Afganistán, que acaban de ordenar que las mujeres no salgan de sus casas si no es estrictamente necesario. O como se dispone a hacer la Corte Suprema de Estados Unidos, que pretende revertir el derecho al aborto. Un derecho de 50 años de existencia. Se atreven, porque es un derecho exclusivo para las mujeres. Nadie plantearía a estas horas de la vida que segregar a las personas por su raza está bien. Nadie decente, al menos.

Por eso amo el amor de las amigas. Porque transgrede ese mandato de rivalidad y propone la sororidad que se une para defender la causa de las mujeres.

Por eso es tan revolucionaria la unión de las mujeres, porque incomoda al patriarcado, lo desmiente y, además, procura eliminarlo. Al patriarcado, no a los hombres, lo aclaro, no va y sea que alguien se confunda. Y por eso amo el amor de las amigas. Porque transgrede ese mandato de rivalidad y propone la sororidad que se une para defender la causa de las mujeres.
A propósito, celebro que la revista Time escoja a dos colombianas en la lista de las 100 personas más influyentes el planeta en el 2022, Cristina Villarreal y Ana Cristina González, que han dedicado su vida a defender el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y que, desde la Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres, han sido artífices de Causa Justa, un movimiento enorme que convoca a mujeres de todo el país.
Recuperarse de una cirugía es un asunto complejo; he pasado por momentos difíciles, y lo que me ha sostenido es el amor de mi familia, mamá, papá, mi hermana, mi hijo, la mujer que amo y me ama, su mamá y las amigas. Las amigas que están siempre, que llegan o se hacen sentir, a pesar de todas las circunstancias o la distancia, que abrazan y soportan en los momentos de fragilidad, que están ahí para recordar que esto también pasará.
Hoy es 28 de mayo, Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres. Sí, tocó crear un día para hacer conciencia sobre la salud sexual y reproductiva de las mujeres, porque los estereotipos de género que impulsa el patriarcado hacen que las mujeres dejemos nuestra salud “para después” y eso aumenta los índices de mortalidad e incidencia de enfermedades que son completamente prevenibles.
Cuide a sus amigas y a las mujeres que conoce, recuérdeles que el control anual de su salud sexual no es un capricho ni una debilidad, es solo una muestra de autocuidado. Y enseñen eso a las niñas, quienes, por suerte, muchas ya no quieren ser princesas y sueñan con ser alcaldesas o presidentas.
ELIZABETH CASTILLO
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