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Cambio climático: las metas

Nos comprometimos a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero no hay avances.

El Gobierno se comprometió ante la Convención de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático a reducir en 20 %, para el año 2030, las emisiones de gases de efecto invernadero, con relación al escenario business as usual. Es una meta ambiciosa si se tienen en cuenta, por una parte, las tendencias de crecimiento del consumo de energía eléctrica y de combustibles líquidos y, sobre todo, las incontroladas tasas de deforestación en el país. Para lograr esa ambiciosa meta, el Gobierno ha sido diligente: escribió documentos de política, creó dependencias, comités y comisiones, profirió leyes y regulaciones, firmó acuerdos, creó un impuesto al carbono e informó sobre su intención de crear un mercado de emisiones evitadas. Por su parte, varios sectores de la economía adoptaron planes de gestión del cambio climático; lo propio hicieron algunas entidades territoriales. Los funcionarios han convocado talleres, dictado conferencias y dado declaraciones. Sin embargo, no existe evidencia objetiva que indique que el país esté avanzando efectivamente por una senda que conduzca hacia la meta trazada.
No obstante lo anterior, en octubre de este año el Gobierno puso a consideración de la opinión una propuesta de actualización de la meta antes aludida. En esta ocasión propuso elevarla al 25 %. Como la anterior, esta nueva meta también resultaría deseable. Obliga, sin embargo, a revisar la eficacia de los instrumentos de política ya adoptados, y a hacer ajustes. Esto, por cuanto es evidente que para controlar la deforestación no son suficientes las declaraciones, las presentaciones de PowerPoint, los documentos de política; ni siquiera las leyes y decretos. De manera similar, para acelerar la transición energética al ritmo que se necesita en los sectores eléctrico y del transporte, la evidencia indica que, así como vamos, no vamos llegar...
En estos días, el Presidente nos sorprendió con una nueva meta. Anunció que para la próxima cumbre climática “...nos vamos a comprometer con una agenda clara y especifica multisectorial para que tengamos una reducción del 51 % en las emisiones de gases de efecto invernadero.” Y agregó: “...este es un compromiso importante como referente mundial”. Ciertamente lo es.

¿Por qué prometer lo que difícilmente se puede cumplir? ¿No se será mejor sorprender cumpliendo más de
lo prometido?

Me hubiera gustado celebrar la declaración del Presidente. Pero cuando indicó que para alcanzar esa nueva meta seguiríamos haciendo lo mismo que venimos haciendo sin obtener resultados observables, entonces pensé que no había nada que celebrar; pero sí razones de preocupación. La más fútil de mis preocupaciones es el ‘oso’ que dentro de diez años tendrían que hacer los funcionarios que deban poner la cara en las instancias internacionales por los compromisos incumplidos. La otra, más de fondo, son las descomunales, radicales, y tal vez imposibles de costear transformaciones que los gobiernos del futuro y la sociedad tendrían que hacer para honrar la palabra del gobierno actual.
De otra parte, la aceleración de la transición energética implica riesgos de equidad social. Esto también preocupa porque los funcionarios no siempre los tienen presentes. Lo mismo ocurre con las políticas gubernamentales de conservación que han dejado una larga estela de desigualdad y pobreza, sin lograr revertir las tendencias de deforestación y deterioro de los ecosistemas.
Detener la deforestación y hacer la trasformación necesaria de los sectores energético y del transporte son condiciones necesarias para el logro de las metas propuestas. Pero la busca de metas precipitadamente fijadas podría implicar riegos y costos que ni los ciudadanos ni el Gobierno estarían en condiciones de asumir. ¿Por qué prometer lo que difícilmente se puede cumplir? ¿No se será mejor sorprender cumpliendo más de lo prometido?
Eduardo Uribe Botero
Investigador de Fedesarrollo
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