La noción de “utopía”, evocadora de proyectos de perfección social, entró en descrédito tras las horrorosas tragedias humanitarias provocadas por Stalin, Hitler y Mao. Jay Winter, profesor de Yale, ha reivindicado la posibilidad de soñar con un mundo mejor en un libro interesante e inspirador ('Dreams of Peace and Freedom. Utopian Moments in the 20th Century', 2006).
Winter no propone utopías para el nuevo siglo. Ofrece, en cambio, una historia alternativa del siglo XX, alejada de la obsesión narrativa de ocuparse del pasado tan solo como una “serie de catástrofes”. Se detiene en momentos que abrieron posibilidades de cambio: 1900, 1919, 1937, 1948, 1968 y 1992. Identifica allí “utopías menores”, para diferenciarlas de aquellas otras, “grandes”, con sus búsquedas transformadoras a través del exterminio y el desarraigo.
Los momentos utópicos de Winter fueron frustrantes, con escasas conquistas inmediatas y algunos, como 1937, negados por sucesos casi simultáneos. Pero dejaron importantes legados. En las primeras décadas del siglo XX, esas “utopías menores” giraron alrededor de proyectos nacionales y de clases sociales. Sus ejes desde mediados de siglo fueron los derechos humanos y la sociedad civil.
Al abrirse el nuevo siglo en 1900, sobresalieron visionarios que proyectaron un futuro en paz. Winter examina tres proyectos: una fabulosa colección fotográfica, impulsada por Albert Kahn, que quiso retratar la diversa humanidad; la Exposición Universal de París, donde el comercio aparecía como el portador de la paz; y el congreso de la Segunda Internacional, bajo el liderazgo del socialista Jean Jaurès. Ninguno sirvió para contener los horrores de la gran guerra, catorce años después.
El segundo momento de utopías menores, 1919, fue aún más frustrante, por no haber asimilado las tristes lecciones de la devastación reciente. Las esperanzas de paz internacional, consignadas en la Liga de Naciones, fueron pronto sepultadas por la Segunda Guerra. 1937 es un tercer momento dramático, simbolizado por una nueva exhibición en París dedicada a la ciencia como iluminadora de la sociedad. Ese mismo año, Picasso pintó un bombillo que más bien iluminaba la barbarie de Guernica.
Quizás el mejor momento logrado por Winter es 1948, identificado con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, “nacida de una catástrofe, pero suficientemente fuerte para trascenderla”. El “utopista menor” aquí, René Cassin, adquiere la figura de un gigante con logros extraordinarios: sobreviviente del Holocausto, compañero de De Gaulle en la resistencia, coautor de la Declaración Universal de Derechos, premio nobel de paz.
Winter destaca la década de 1960 como la utópica del siglo XX, cuando las búsquedas de paz se tornaron en fines de liberación. Sin embargo, algunas de las utopías que considera “menores” estuvieron atadas a las mayores del marxismo, sobre todo en el tercer mundo, cuyas ilusiones de liberación desembocaron en violencia revolucionaria y tiranías.
La última utopía menor del siglo es la de la ciudadanía global, acompañada de amplios derechos, incluidos los ambientales. Hay alusiones a 1989, pero Winter reflexiona poco sobre la caída del muro de Berlín, cuyo espíritu, creo, representaría muy bien esas “utopías menores” que quiere reivindicar.
Tales utopías deben distinguirse de proyectos totalizantes que se tornan en “pesadillas”. En vez de la “erradicación absoluta del conflicto social” o de la construcción del paraíso, esas “utopías menores” buscan “transformaciones parciales, pasos hacia sociedades menos violentas y más justas”. La lección de su libro es muy clara: hay que volver a soñar.
Eduardo Posada Carbó