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¿Sometidos a la suerte?

En vez de elegir a los representantes por medio del voto, deberíamos hacerlo al azar.

Las elecciones serían el principal enemigo de la democracia. Esta manifiesta hoy, en todo el mundo, ‘síndromes de fatiga’. Su cura se encontraría en el sorteo. En vez de elegir a los representantes por medio del voto, deberíamos hacerlo al azar, en una tómbola de ciudadanos en pie de igualdad.
La idea no es novedosa. Pero el intelectual belga David van Reybrouck ha logrado producir un libro con inteligentes argumentos, dirigidos a reemplazar las elecciones como instrumento central de la democracia ('Against Elections. The Case for Democracy', Londres, 2016). Sus propuestas no son abstractas. Algunos países han iniciado experimentos que merecen atención.
Van Reybrouck acierta en buena parte del diagnóstico, convertido ya en lugar común. Los parlamentos están en descrédito. Pocos confían en la clase política, cada vez más distanciada de la población. Los tecnócratas han desplazado en muchas esferas a la voluntad popular. Una ciudadanía harta reclama democracia directa. El mundo se ha transformado y hay que adaptar la democracia a las nuevas circunstancias.
Van Reybrouck se remonta a la Antigüedad para encontrarles soluciones a los problemas del mundo contemporáneo; a la Grecia de Pericles, donde el sorteo fue central en el sistema político. El gobierno de los atenienses siempre ha servido de inspiración, aunque su estudio parece gozar de renovado interés. Inspira precisamente por los mecanismos de democracia directa que le caracterizaron.
Según Van Reybrouck, quienes diseñaron lo que conocemos como democracia moderna y representativa, tras la independencia de Estados Unidos y la Revolución francesa, traicionaron los mismos fundamentos de la democracia al introducir las elecciones. En vez de ‘democracia’, las elecciones produjeron ‘aristocracias electivas’.
El problema no sería tanto con la ‘democracia representativa’ como con la ‘democracia electoral representativa’. El blanco de Van Reybrouck es contra los defensores ‘fundamentalistas’ de las elecciones, pues lo que hoy tenemos no estaría garantizando ni la eficiencia en el gobierno ni la representación. Su propuesta es la ‘democracia birrepresentativa y aleatoria’.
Van Reybrouck ofrece un recuento sugerente de la historia de la democracia atada a la de las comunicaciones. La democracia ateniense correspondió a una época cuando predominó la oratoria. Con la aparición de la imprenta se hizo el tránsito del Medioevo al Renacimiento. Los desarrollos de la democracia de masas a fines del siglo diecinueve fueron de la mano de los de la prensa. Siguieron la radio y la televisión, que plantearon oportunidades, pero también enormes desafíos.
La revolución tecnológica de las recientes décadas ha transformado de manera radical el panorama. ¿Puede ser el sorteo la respuesta para adaptar la democracia a las nuevas circunstancias?
Darle mayor voz a la ciudadanía. Hacer el sistema más representativo. Garantizar la transparencia en las decisiones públicas. Garantizar también la eficiencia de los gobiernos. Es difícil ver en el sorteo el instrumento adecuado para responder a tales demandas. ¿A quién puede representar una asamblea de 300 personas seleccionadas en lotería? ¿Y qué papel juega la opinión pública en un sistema sin elecciones?
Van Reybrouck parece favorecer un régimen mixto, que combine cuerpos elegidos con otros seleccionados por sorteo. Pero no les reconoce a las elecciones mayor valor. Por ello quizás no reflexiona sobre la posibilidad de sus reformas. Y al ‘fundamentalismo electoral’ parece a ratos contraponer el ‘fundamentalismo del azar’. Ha escrito, no obstante, un libro provocador al que habrá que regresar.
EDUARDO POSADA CARBÓ
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